Volver en octubre

Córdoba

No hay que pagar los seis euros del aparcamiento de la playa. No hay que llenar la nevera de hielos. La ducha está siempre libre. ¿Por qué decidimos volver a los mismos lugares? ¿Por qué contenerse al impulso de descubrir otros? Quizá por el sencillo placer de no pensar. O porque nos gusta crear una rutina lejos de casa y sentirnos parte de un lugar que no es nuestro. Volvemos a ese sitio, ahora deshabitado, por el placer de la lentitud. Porque en la tienda de Sara ya saben que somos dos y que nos gustan los tomates. Porque el dueño del bar La Isleta al traernos la cuenta, se para, y nos dice que hoy comió calamares y que un alemán le pidió un café para acompañar una rosada. Volvemos para contemplar a dos adolescentes pescando en la medianoche del domingo, sin luces de fiesta. Volvemos porque los lunes no solemos ver amanecer. Volvemos para encontrar un vacío donde hace meses no cabía nada. Volvemos sencillamente porque nos gusta la sal en otoño. O quizá porque solo en otoño la sal sabe bien. Volvemos para ponernos una sudadera, para no tener que reservar cada sábado por la noche. Volvemos porque lo que en el fondo nos gusta es poder improvisar y ver cómo en la pizzería Vitoria sirven el último helado, que ya no está en el mostrador.