Vivir de espaldas
Firma de Opinión del profesor de Historia, Gonzalo Herreros
Vivir de espaldas. Gonzalo Herreros
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Córdoba
Todavía con el regusto de la manga corta, y aún sin la presión de los mantecados, octubre se acaba entre calabazas de caras enfadadas, los versos de Zorrilla y el olor a las tradicionales gachas que muchos hogares todavía preparan como antaño. Los Santos y los Difuntos marcan el ecuador del otoño, y esa ventana entre el mundo de los que estamos y lo que ya no están que cada año repetimos por la mitad del globo, con miles de diferencias culturales pero con una misma esencia: recordar que, como decían los textos antiguos, no hay cosa más cierta que la muerte ni más incierta que su momento.
Sin embargo, el estado del bienestar, con sus comodidades cotidianas, el entretenimiento perpetuo y sus seductores placeres, nos han hecho casi olvidarnos de ella, de su implacable sombra segadora. Los tanatorios son lugares fríos y estandarizados, ya nadie viste lutos, a los jóvenes se les priva de ver a sus mayores fallecidos para evitarles impresiones, y hacer testamento, un trámite que tantos problemas ahorra, se ve como un acto de mal augurio. Vivimos de espaldas a la más infalible de nuestras compañeras de viaje.
Quizá ayude a poner algo de remedio a este peligroso olvido visitar por estos días nuestros camposantos, bien sea para recordar el nombre de algún ser querido allí alojado y agasajar su memoria con flores, bien para disfrutar de la serenidad que los viejos cementerios de La Salud y San Rafael nos brindan, rodeados de mármoles, cipreses y silencio, ese que tanto nos falta y que tanto nos hace falta. Pues, como diría Espronceda, “solo en la paz de los sepulcros creo”