Barro

Córdoba

No hay palabras, más de las que ya se han dicho, para manifestar la indignación general y personal ante lo que ha pasado en Valencia: un pronóstico insuficiente, una respuesta insuficiente, en un país suficientemente preparado…se supone.

La tragedia comienza con un parlamento que no paraliza su actividad diaria, con una oposición deseosa de carnaza, con una serie de diputados como los inoportunos Aina Vidal (Sumar) o Gabriel Rufián (ERC) manifestando que ellos no tienen que hacer labores de rescate o ir a limpiar barro. Bien, quizás la clase política sí tendría -de vez en cuando- que hacer este tipo de labores: pasar alguna jornada en un centro de salud, en hospitales con los médicos, escuchando al profesorado en institutos públicos, acompañando en su dificultad a los investigadores o compartir el día a día de autónomos, por ejemplo. Es probable que así comprendieran la enorme responsabilidad que tienen, cómo afecta a los ciudadanos su ineficacia.

Nuestro arco parlamentario es un arcoíris de colores que, personalmente, lo que más me hacen sentir ahora mismo es vergüenza. No hay ninguna figura a la que puedas medio admirar.

¿Qué es esto de que en la España de 2024 haya cuerpos aún en las casas afectadas, que haya valencianos que han pasado sed o hambre, que hayan estado abandonados o que no hayan sido protegidos ante un riesgo semejante?

Cuando pase lo más urgente, debería dimitir toda persona implicada en este apocalipsis, sea del partido que sea, porque no han estado a la altura de la tragedia ni de la ciudadanía.

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La cara llena de barro de la reina y la calma de ayer del rey con los vecinos me hace pensar que son las únicas personas que, ahora mismo, están a la altura de la institución que representan. El ciclópeo desastre merece que ni olvidemos ni perdonemos jamás porque, por lo que vemos, el barro político -en nuestro país- es más lamentable aún que el barro de las calles de Valencia.