Un domingo triste
El subdirector de Diario de Sevilla, Carlos Navarro Antolín, reflexiona en clave local sobre la tragedia de Valencia y los disturbios de Paiporta
Un domingo triste
Sevilla
En Valencia se buscan cadáveres en los garajes y hasta se hallan algunos que el mar devuelve en un mazazo de crueldad. En Andalucía se llenan los pantanos y recuperamos mucha agua consumida en un verano seco. La sierra de Sevilla exhibe un verde esplendoroso, una belleza que contrasta con los hechos tan graves a los que asistimos desde el martes. La vida sigue, aunque para muchos haya empeorado. Nada se ha detenido estos días en una ciudad que también se ha movilizado para enviar recursos a la tierra valenciana que ha quedado devastada. Nuestra última riada fue en noviembre de 1961. Nos queda lejos por fortuna y, sobre todo, gracias a obras de ingeniería.
El mundo real no se para porque necesita tirar para adelante por supervivencia, por blindaje emocional, por lo que sea: turismo, hostelería, fútbol, procesiones… El mundo institucional sí debe dar un mensaje en nombre de todos y guardar el recogimiento, la discreción y el decoro debidos.
Hace dos semanas que el Rey de España levantaba la copa en el Real Alcázar con motivo de un premio que ensalza su labor en favor del diálogo y el entendimiento con Iberoamérica. Ayer lo vimos con fango en la cara, entre los abucheos de una multitud desesperada y cargada de ira contra la clase política y, por encima de todo, dando la cara en la zona cero de la tragedia.
No podemos más que desear que no haya más muertos, que la gente buena y sencilla de tantos pueblos de Valencia recuperen pronto la normalidad de sus vidas. Y que el pueblo recupere la confianza en las instituciones y sus gobernantes. Ayer fue un mal día para todos, una jornada triste que no se endulza ni con el verde radiante que luce Sevilla en su serranía. Los contrastes son a veces crueles, como en ocasiones la mar cuando devuelve cuerpos sin vida.