Cine portugués en el Festival de Cine de Sevilla
Estos días desembarcan en el Festival de Sevilla películas que llenan la programación de esta edición de producciones portuguesas
Sevilla
En Sección Oficial a competición se ha presentado Banzo, que narra la historia de un médico enfrentado, a principios del siglo XX en la isla de Santo Tomé, a la depresión profunda (diagnosticada como nostalgia) de un grupo de esclavas en una plantación de cacao. El trauma colonial, presente en toda su filmografía anterior de uno u otro modo, vuelve a centrar esta última película de la cineasta portuguesa Margarida Cardoso: “No es mi voluntad”, ha explicado, “pero forma parte de un intento por entender ciertos silencios sobre el pasado y la manera en que la violencia convivía con lo cotidiano en aquellas colonias”. Para la directora y guionista, “Portugal siempre ha tenido un problema con el hecho de aceptar esa violencia colonial” y por eso sigue interesada en ese periodo, pero la diferencia respecto a proyectos anteriores es que fue más atrás en el tiempo, hasta una era donde no estaba tan extendido el registro fotográfico.
Consumada documentalista, en esta ocasión Cardoso opta por la ficción pero manteniendo un gran rigor formal y procedimental, con el apoyo de una investigación sobre informes médicos reales de aquel periodo. Aunque el origen de casi todas sus películas, ha dicho, está en un paisaje, y de ahí la importancia que adquiere también en Banzo, apoyándose la fotografía en chiaroscuro de Leandro Ferrão: “De esas historias coloniales me suelen interesar en primer lugar los lugares, como si ahí pudiéramos hallar respuestas a la Historia. Mi impresión, habiendo vivido de niña una guerra por la independencia colonial durante 13 años, la de Mozambique, es que aquel paisaje no casaba bien con los colonos, les era difícil de combatir”.
La cineasta lusa ha contado que rodando un film anterior, Understory (2019), tuvo ocasión de pasar mucho tiempo en Santo Tomé y rastrear el terreno de aquellas antiguas plantaciones que se conserva casi igual, como un portal en el tiempo. “Lo que impresiona del lugar no es solo lo geográfico, sino su presencia en todas las historias, en los recuerdos; es muy opresivo, y quizá por eso fue un rodaje muy herzogiano, inundado por las neblinas de lo que vimos y lo que no. La fuerza de la naturaleza en esta película es muy metafórica, porque vivimos pensando que dominamos el mundo pero, al hallarnos frente a ella, no logramos vencerla”.
Esta obra no exenta de polémica muestra la crudeza de la violencia hegemónica, adoptando el punto de vista de los opresores blancos, empezando por un personaje principal de cierta ambigüedad moral : “No es un protagonista clásico o aristotélico, digamos, porque es muy pasivo”, ha explicado Cardoso. “Lo construí como una mirada, la de alguien que nos guía por aquel contexto, y que está bastante cerca de donde yo me siento: con el privilegio de ser blancos y con poca posibilidad de acción. En eso difiere bastante de los protagonistas habituales del cine, que al final de la historia experimentan un cambio”. La invisibilidad de la población negra en el universo de los blancos da lugar a un relato de fantasmas en la mejor tradición del cine portugués (entre Tabú de Miguel Gomes y Vitalina Varela de Pedro Costa), como “representación del peligro de los otros”.
Finalmente, la autora de Banzo ha comentado que su película está “ligada a imágenes que por desgracia vemos todos los días, de quienes se ven obligados a partir de sus países sin rumbo y sin saber si llegarán a puerto. El paralelismo es total, porque hoy día el sistema de importación y exportación de personas continúa, estamos en la misma exacta situación, tanto respecto a quienes vienen como a quienes recogen los frutos de eso”, ha concluido.
Cine para combatir la enfermedad del olvido
En la sección Las Nuevas Olas, dedicada a los títulos más audaces desde el punto de vista formal, se halla otra reflexión sobre la memoria y el trauma, una historia en este caso ambientada en otra antigua colonia portuguesa, en concreto la Mozambique de la guerra civil; que siguió, en 1977, a la de la independencia colonial y que duraría 15 años. En el caso de The Nights Still Smell of Gunpowder, el origen de este film de no ficción está en los recuerdos de su director y guionista, Inadelso Cossa: “Yo no viví la guerra, pero pasaba las vacaciones de verano con mi abuela. Por el día había un alto el fuego, pero de noche se oía el ruido de los bombardeos y mi abuela me decía que eran fuegos artificiales”.
En ese sentido, explica el cineasta mozambiqueño, su película es “una reflexión sobre la falsa memoria que proyectamos hacia los hechos”. Cuando vuelve a pedirle explicaciones sobre sus mentiras (piadosas) que enmascaraban una realidad insoportable, se entera de que su abuela tiene alzhéimer, lo que “también representa una metáfora de un país que ha olvidado su pasado”. Es ahí donde, no obstante, emerge el poder del cine, “utópico o distópico, para recuperar y dar forma a esos recuerdos de mi abuela”, pero no todo es real en esa reconstrucción. De hecho, decidió crear un “personaje espiritual” en la figura del abuelo, a quien ella sigue esperando años después de que muriese. El film trata también acerca de “una ausencia y de ese olor que sigue suspendido en el aire”.
El olor al que hace referencia el título es el de la pólvora, uno de los elementos que dispararon los recuerdos de Cossa y que otorgan a su obra un carácter sinestésico. “El origen del relato está en secretos muy personales de mi familia, y traté de crear capas emocionales a través del sonido y de elementos palpables en los silencios de mi abuela. Si no hay sonido diegético, hago explícita su búsqueda, introduciendo al técnico de sonido como un personaje que nos guía por los sonidos de la guerra pero también, por ejemplo, de los grillos”. Un verdadero desafío fue rodar el 80% del film de noche, logrando una atmósfera plagada de sombras, tenues luces de la luna, pequeñas lámparas de edificios derruidos, en el interior de los cuales vemos las fotos de aquellas familias que tuvieron que huir sin tiempo a recoger sus pertenencias.
The Nights Still Smell of Gunpowder es una obra sensorial, atmosférica y dura por lo que evoca, pero su artífice no quiso exponer demasiado gráficamente la violencia a la que remiten esos años, ya que a su juicio “es la imagen más estereotipada y estigmatizadora de África”. No obstante, reconoce que la violencia sigue estando presente en su país y continúa siendo una amenaza patente. “No tengo respuestas que ofrecer ni he construido un mensaje haciendo esta película”, señala Cossa, “sino quizá un registro de memoria más, para que no se repitan las atrocidades del pasado”. Para que el olor de la pólvora no sea detonante de ninguna otra película en el futuro.