Lenguaje corporal.
El comentario de Julián Granado.
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Morón de la Frontera.
Ya se sospechaba tiempo ha que eran muy teatreros. Ora de Polichinela, ora de Arlequín, ya fuese en rueda de prensa o en los pasillos del Congreso, hacían de títeres en cuanto aparecía una cámara dispuesta a captar su sobreactuación. Claro que el montaje está tan estudiado, que son imposibles de adivinar los hilos transparentes, mediante los que ciertas manos dirigen sus movimientos desde la oscuridad.
Ayudándose en todo momento de la voz, desde luego. Ora gutural, de ogro; ora de pito, como la de damisela en apuros. En mi afán por desenmascararlos, puse el televisor en mute mientras hablaban. Y el resultado fue peor. La sesión parlamentaria se vio reducida a una película muda de las de Charlot. En la que los diputados, ya fuese en el estrado o desde la bancada, hacían aleatoriamente de villano déspota o tierno vagabundo. Pero su interpretación era tan impostada como poco convincente. Y además, sin subtítulos no se podía conocer su parlamento, aunque este era asimismo muy previsible, porque también se lo intercambiaban los bandos literalmente.
Así es que me subí con el vídeo al vecino del quinto, que es sordo, a ver qué pensaba él. Resultó que, si fáciles de leer eran sus labios, más fácil aún era de leer su secreto pensamiento. “¿Ves a ese, me dijo mi vecino, que con el debate de presupuestos se lleva las manos a la cabeza? Pues las mete en el cajón del dinero cada dos por tres. ¿Y ese que se toca continuamente la nariz, y disimuladamente la entrepierna en cuanto sube a la tribuna una diputada de buen ver? Pues adivina de qué pie cojea. ¿Y a aquel tan prepotente, que parece se va a comer el mundo? Pues en cuanto lo llama a capítulo su ídolo y jefe de filas, se mea en los pantalones. Pasta, Placer y Poder. El lenguaje corporal revela las tres P de las Palancas que mueven a los Politicastros, como al común de los mortales. Con raras y honrosas excepciones”. Me dijo el sordo