Sobre codicia y vanidad.
El comentario de Andrés Recio.
El comentario de Andrés Recio
Morón de la Frontera.
Siempre se nos representó el "Niño Dios" entre paja, rodeado de sumisos y embelesados animales refugiados en un establo sembrado de cálido estiércol y bajo un techo de madera y cañizos precariamente equilibrado sobre paredes de blanco y basto adobe. Y ese era el lugar adonde acudían ángeles y reyes; los unos llegados desde los cielos para bendecirlo, los otros sobre bamboleantes camellos para seducirlo con lisonjas y regalos desde la tierra. La vanidad de los ángeles y la codicia de los reyes ya ponían en escena estos dos potentes mecanismos psicológicos en una de las representaciones simbólicas más influyentes creadas por el hombre. “La vanidad y la codicia, esas son precisamente las debilidades que deben tenerse en cuenta en cualquier empresa o conflicto”, escribía un joven Napoleón de apenas 25 años en vísperas de conquistar gran parte de Europa.
Nos dice el Diccionario de la RAE sobre la palabra "vanidad", en su tercera acepción, que es “la caducidad de las cosas de este mundo"; sobre el término “codicia” nos enseña que es un afán, un deseo excesivo de riqueza y poder". Los seres alados llegaban al portal para decirnos, más o menos, que todo lo visible y palpable no vale nada, que nos salvaremos por nuestro interior, por nuestra alma impoluta (teoría de la vanidad). Por otro lado, los reyes proyectaban el mensaje -con oro, incienso y mirra- de que en los siglos futuros las relaciones humanas florecerían merced al comercio, a la adulación y las regalías, o sea, a la sombra de la avidez, de la ambición, de la codicia.
La literatura, y el costumbrismo como uno de sus brazos seculares, son un correlato, más o menos artístico, de la realidad. Lo que ocurrió en aquel establo hace veinte siglos se puede interpretar como una crónica novelada que sutilmente pone en escena esos dos mecanismos psicológicos que harían avanzar al mundo al mismo tiempo que lo estremecerían una y otra vez. El "Nacimiento" (una vez que hemos esgrimido el bisturí que diseccione trozos de leyendas y de chismes) ocurre en un territorio mixto entre la literatura y el periodismo de época, entre una crónica “illuminati” y una inquebrantable recreación de la realidad humana. As, que brindemos esta Nochebuena mirando, de vez en cuando, al rinconcito del portal de Belén, y demos la importancia que merece a ese niño por el cual bajó una estrella de visita a su establo, sobre cuyo lomo luminiscente cabalgaron, después y por siempre, nuestra biografía y nuestra inocencia, nuestra codicia terrenal, nuestra alma costumbrista y sarcástica, y nuestra angélica vanidad.