Vasos comunicantes
La opinión de Andrés Recio
11.02.25 Andrés Recio

Morón de la Frontera
Dicen los medios de comunicación que estamos asistiendo a la consolidación de un nuevo orden mundial. Pero, en realidad, uno sospecha que lo que estamos presenciando es la imposición soberana del mismo orden de siempre, un orden amparado por el dinero, la guerra y el poder, ese que de vez en cuando se relaja y se esconde, como el curso del Guadiana, para después volver a aparecer de forma inusitada y violenta. Nada nuevo bajo el sol, con la diferencia de que ahora, más que nunca, nos lo retransmiten con luz y taquígrafos, con explosiones en directo y muertes a la carta. Hay hombres que cegados por ciertas ansias y poderes atacan, arrasan, asesinan y extorsionan en nombre de un pueblo o de unas ideas, como si los pueblos atacados o desangrados no tuviesen las suyas, su conciencia grupal y su historia en esta tierra.
Nerón, aquel emperador romano que ordenó las muertes de su misma madre, de su mujer, Octavia, de Séneca, del satírico Petronio y del poeta Lucano, al llegarle a él la hora de rendir cuentas, exclamó presa de su morbosa megalomanía: "¡Qué gran artista pierde el mundo!". Y a uno le invade la sensación de que el mundo de hoy -constituido en fértil escenario de tragicomedias presentes y futuras- está en manos de algunos artistas que siguen a pies juntillas la estela de aquel petulante emperador.
"La política y el crimen son la misma cosa", le dice el viejo Tommasino a Michael Corleone en "El padrino". Pero las injurias, las soflamas y las afrentas siempre circulan entre vasos comunicantes. La Historia nos enseña que las narraciones construidas con estos mimbres solo aciertan a llevar y traer sus venganzas y odios a lomos del búmeran causal que cruza espacios y tiempos. “La política es saber cuándo ha llegado tu momento de apretar el gatillo", le contesta Corleone al viejo y sabio siciliano. Cuando estos hombres -seres omnipotentes de armas y omnipresentes de telediario- juegan a ser dioses desafían a los dioses verdaderos, y estos, en última instancia, siempre aceptan el reto. Algunos pretenden asesinar y perseguir al hijo del vecino esperando que los suyos mueran de viejos en sus camas, envueltos en besos y caricias, y oyendo a su Nerón que, indolente y cantarín, compone versos con la lira mientras contempla, gozoso, las ardientes ruinas de Roma.