Tenemos que hablar de las pantallas

Juan Carlos Blanco reflexiona sobre la dependencia de los jóvenes de las pantallas
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Sevilla
Ayer asistí a un almuerzo organizado por la Asociación para el Progreso de la Comunicación en Sevilla con la consejera de Salud de la Junta de Andalucía, Rocío Hernández. Allí se habló de lo que se suele hablar cuando tiene uno delante a quien lleva el transatlántico de la sanidad pública andaluza. Ya se imaginan: listas de espera, los retrasos en las citas en los centros de atención primaria, la falta de médicos, las protestas como la de este fin de semana de las mareas blancas sanitarias.
Pero hubo algo que me llamó la atención. Si yo tuviera que hacer un recuento de cuestiones, tengo la impresión de que al menos la mitad de las preguntas que se le hicieron a la consejera tuvieron que ver con la salud mental de los más jóvenes y con su enganche a las pantallas. Y les puedo asegurar que Rocío Hernández demostró en sus respuestas que este asunto también merece su atención.
Me resultó muy curioso todo. ¿Por qué? Porque me pareció un magnífico ejemplo de cómo un asunto del que apenas se hablaba no hace tantos años termina abriéndose paso en la agenda mediática y social hasta convertirse en una obsesión que acapara hasta conversaciones donde no se espera que se hable de ese asunto. Y con razón, porque este problema, que es global, está causando estragos en capas muy amplias de nuestra población más joven.
Y como siempre se ha dicho que los problemas empiezan a solucionarse cuando asumimos que existen, lo que puedo decir aquí es que me alegra de que empecemos a darnos cuenta de que estamos teniendo problemas colosales ligados con este abuso de los móviles y las pantallas. Y que este problema lo tenemos muy cerca. Demasiado cerca. A veces, hasta en nuestros propios hogares y con nuestros hijos como protagonistas.




