Trampantojo en el campo andaluz
La estrategia de cierto extremismo político se ha ido abriendo hueco en algunos sectores, incluido el campo

Trampantojo en el campo andaluz
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Sevilla
Todo se ha ido gestando lentamente en el campo andaluz. Todo se hizo patente hace cinco años con las grandes tractoradas que se celebraron en toda Andalucía justo antes de la pandemia. De pronto, las protestas agrarias se inundaron de banderas de España, que se convierten en un simple trapo dañino cuando se utilizan con otros fines que no sea el de unir a todos.
La estrategia de cierto extremismo político se ha ido abriendo hueco en algunos sectores, incluido el campo, que ha pasado del latifundio de los señoritos al Plan de Empleo Rural; que ha pasado del intento fallido del Plan de Reforma Agraria de los primeros pasos de la autonomía hasta los nuevos tiempos de las subvenciones de la Política Agraria Común; y, después, a una globalización de mercados que muchos han visto como una amenaza.
Con avance lento pero firme, ciertos postulados extremistas se han ido abriendo paso en el campo. Los señoritos de antaño son los nuevos empresarios del agro andaluz que han sabido controlar algunas organizaciones que consolidan su poder y han conseguido, magistralmente, llevarse a los jornaleros de toda la vida a su terreno, haciéndoles creer que su enemigo está fuera de sus fincas y no es el que les explota ni el que se queda con las subvenciones millonarias de Europa.
Son los mismos que han conseguido hacerles creer que Europa es el problema; que los inmigrantes les quitan el trabajo; y que la apertura de nuevos mercados (dicen ellos) supone una competencia desleal que hay que bloquear, como si fuésemos franceses de los 90 derramando las fresas andaluzas que cruzaban la frontera.
Sí: han triunfado muchos terratenientes y grandes empresarios del campo andaluz que han convencido a los agricultores de base de que el problema es la inmigración y el estado que les protege. La solución es siempre (así lo han hecho creer), la barbarie y las soluciones simples (por muy descabelladas que sean) de cualquier Donald Trump al que se adora. El auténtico Trump impone ahora aranceles dañinos para nuestra tierra.
Pero los que han conseguido convencer al agricultor que todo se arregla haciendo ondear el trapo de la confrontación, conseguirán ahora hacer creer que los aranceles son culpa, también, del estado que te protege y la Europa que te subvenciona permitiéndote conseguir el pan de cada día. Al tiempo.