El idiota artificial
La opinión de Andrés Recio

Morón de la Frontera
Mirar una aurora y que se te remueva el alma, contemplar un cuadro que sabes que fue perfilado por unas manos manchadas de pigmento y unos ojos inundados de trazos, oír una sinfonía compuesta bajo el influjo y la inspiración de una imagen o de un momento que zarandeó la impronta creativa humana forjada de mil experiencias, estremecerte con un par de versos en una canción o disfrutar de un poema que lleva un autógrafo cardíaco suspendido de un diptongo, oír con la vista, saborear con las manos, conocer con el alma, a tus atardeceres rojos se acostumbraron mis ojos como el recodo al camino, o sentir en tu cara la caricia de un cálido viento de abril bañado en olor a hierba y tierra mojada.
El pensamiento en rebeldía jamás puede prescindir de la memoria, escribía Albert Camus en El Hombre Rebelde. La inteligencia artificial podrá deparar otro tipo de comodidades sociales, hará más ágil el trasiego de relaciones humanas a muchos niveles, agilizará incluso los operativos de una guerra, en un evento deportivo o cultural, en convenciones de todo tipo y laya. Pero el arte mayor, ese que florece de un alma definida como el principio que da forma al dinamismo sensitivo e intelectual de la vida, jamás podrá ser asumido por un microchip, por un vómito de algoritmos carentes de dolor, de sangre, de lágrimas saladas, de vísceras mutables, de luz, de viento o de sol.
Pero hoy, sorprendentemente, este Homo Sapiens, que frisa ya los 200.000 años de rebeldía y de memoria forjados sobre esta casa llamada Tierra, se prepara, entusiasmado, para que una máquina artificialmente inteligente y además creada por él, le deleite con sus futuras creaciones poéticas y pictóricas, con sus sensaciones asépticamente plastificadas sobre parajes exóticos y abigarraos, sobre sucesos y amores pintorescos o sobre horizontes y ensueños lejanos y fantásticos.




