Semana Santa con mochila y sin procesiones: cuando lo sagrado es perderse por ahí

Córdoba

Mientras medio país se pone la túnica o busca el mejor sitio para ver pasar las procesiones, hay quienes, llegado el Jueves Santo, hacen las maletas, se cuelgan la mochila y dicen: “hasta luego, Semana Santa, me voy a respirar aire puro”. Son nuestros aventureros favoritos, el cicloviajero José Juan Luque y el montañero Aristóteles Moreno.

¿Y cómo empieza todo? Pues con la clásica charla de preparación. José Juan, con su mochila aún a medio hacer y su bici esperando un chequeo de última hora. Aristóteles, en cambio, más metódico, ya tiene todo listo, hasta la lista de cosas que no puede olvidar. Porque claro, te puedes olvidar muchas cosas, pero nada como dejarte el mechero y darte cuenta justo cuando vas a hacer la cena con el camping gas. Spoiler: nadie cocina con palos y piedras en 2025.

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La bici, eso sí, tiene ese no-sé-qué que despierta ternura allá por donde va. Dicen que te abre puertas y corazones. A falta de mechero, siempre hay un alma caritativa que se apiada del cicloviajero solitario y flacucho que llega con cara de haber pedaleado desde Marte.

¿Y qué pasa con Aristóteles? Pues que él va en grupo. Eso sí, va con todo en la cabeza: ropa, gorro, comida, botiquín, guantes, linterna... aunque de vez en cuando también se le olvida algo. Porque sí, por muy aventurero que uno sea, siempre hay una linterna olvidada que te hace maldecir en mitad del monte.

Marruecos o la Sierra de Segura

Este año, los planes están claros: Aristóteles se va a Marruecos, a las montañas del Rif. Nada de masificaciones, solo naturaleza virgen, bosques de pinsapos y cedros, y unos vecinos muy especiales: los macacos. Sí, monos salvajes que te observan a distancia y que, según ellos, también se asustan de nosotros. El respeto es mutuo.

José Juan, por su parte, propone algo más cercano pero igual de desconectado: Capellanía, una aldea en Jaén con solo siete habitantes y calles de tierra. Allí, entre casas dispersas y praderas a mil metros de altura, vive incluso un niño, el único del pueblo, que corre a hablar con cualquiera que se le acerque.

Dormir en plena naturaleza

Ambos coinciden en que lo mejor de dormir en plena naturaleza no es la comodidad, sino el amanecer. Porque sí, dormir en el campo es precioso... hasta que llega la noche, el silencio, los ruidos raros, los perros, los jabalíes que buscan restos de comida o el frío que cala hasta el alma. Pero entonces amanece, y ese momento lo cura todo.

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José Juan lo describe bien: “hay un puntito de miedo, pero también adrenalina... y luego llega ese amanecer brutal, y compensa”. Eso sí, Aristóteles ya prefiere el hotel con ducha caliente y cerveza fría. Que la aventura está bien, pero la espalda no es la de antes.

Así que ya saben: si quieres cambiar el incienso por los cedros del Rif o por el fresquito de Capellanía, toma nota. Porque hay muchas formas de vivir la Semana Santa, y todas, si se hacen con mochila y ganas, son un poco sagradas también.