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Santo Entierro

Comentario sobre la estación procesional del Santo Entierro de Ntro. Señor Jesucristo y Ntra. Sra. de los Dolores de Arahal

Arahal

Rafael Martín Martín - Cronista Oficial de la Villa

Durante la segunda mitad del siglo XVI, la villa de Arahal se mantuvo fiel a la defensa del culto público a las imágenes, siguiendo con firmeza las directrices del Concilio de Trento. Este concilio impulsó el uso de imágenes sagradas por su gran valor educativo y devocional, ya que ayudaban a instruir a los fieles en la fe y a recordar los misterios de la redención, así como los ejemplos de vida de los santos.

En este contexto de la Contrarreforma, una de las advocaciones que cobró especial relevancia fue la del Cristo yacente. Esta imagen, profundamente vinculada a la espiritualidad barroca, apelaba a la emoción, la compasión y la identificación con el sufrimiento de Jesús. En Arahal, esta devoción tomó forma a través de la Cofradía del Santo Sepulcro, acompañada por la Virgen de la Soledad, una representación mariana centrada en el dolor, el duelo y la humanidad de María.

Se tiene constancia documental de esta cofradía a principios del siglo XVII, con sede en la parroquia de Santa María Magdalena. Sin embargo, durante la segunda mitad de ese siglo no se encuentran referencias explícitas a su existencia, lo que hace pensar que la advocación pudo haber continuado bajo otro nombre. De hecho, hacia 1690, según indica Antonio Nieto en su Breve historia del Santo Entierro de Arahal, ya aparece mencionada bajo el título de Santo Entierro, lo que sugiere una evolución más que una desaparición de la devoción original.

La sede de esta advocación del Cristo yacente, ahora con el nombre de Cofradía del Santo Entierro, siguió siendo la parroquia de Santa María Magdalena hasta su traslado a la ermita del convento de San Roque, a raíz del terremoto de Lisboa que provocó graves daños a la parroquia y obligó a muchas cofradías, como esta, a trasdalarse a otras sedes, con motivo de la construcción de la nueva parroquia, cuyas obras que se iniciaron en el 1785.

Este pues, puede ser la causa del origen de esta Hermandad, que con el nombre de Venerable y Fervorosa Hermandad y Cofradía de Nazarenos de la Sagrada Entrada de Jesús en Jerusalén, Santo Entierro de Nuestro Señor Jesucristo, María Santísima de los Dolores, San Roque y Santa Ángela de la Cruz va a realizar su estación procesional el próximo viernes, día 18 del presente mes de abril desde su sede canónica, la iglesia del Santo Entierro.

Se abren las puertas de San Roque y un murmullo expectante recorre la multitud. El aire, cargado de silencio y devoción, parece detenerse por un instante. Aparece la cruz de guía, avanza el cortejo de nazarenos de túnicas blancas y capa negras, que con paso sereno, envolviendo las calles en un aire de recogimiento y solemnidad. Sus cirios rojos tiemblan al compás del viento, y con cada llama se enciende una oración, un recuerdo, una esperanza, dejando un camino de muerte.

Ellos no hablan, pero su caminar lo dice todo. Son faroles humanos en la noche del duelo, custodios del descanso de Cristo, centinelas de la fe heredada. El blanco y el negro de sus hábitos no solo visten el cuerpo, sino también el alma: el blanco de la pureza, el negro del luto compartido.

A su paso, el pueblo calla, y solo la luz habla, alumbrando no solo las calles de Arahal, sino también el corazón de quienes contemplan ese instante eterno entre la muerte… y la vida que ha de llegar.

Y tras ese primer tramo del cortejo procesional, el Cristo yacente que descansa en una urna de profunda calidad artística, que se remata con la imagen de un pelícano con sus polluelos, una imagen que representa a Jesús entregado su vida por la salvación de la humanidad. Una urna en unas andas procesionales portadas por 24 hermanos costaleros, con su capataz José Antonioo Bonilla Gómez al frente, y al que acompaña musicalmente la banda de música Castillo de la Mota de Marchena

En esa imagen del Cristo yacente ya no hay clavos ni corona, solo el silencio que envuelve su figura con una paz que conmueve el alma. Su rostro sereno, vencido por la muerte, no habla de derrota, sino de entrega total. Las manos que sanaron, que bendijeron, que se alzaron en la cruz, ahora reposan con la humildad de quien lo ha dado todo.

En ese descanso sagrado, la humanidad entera parece recogerse. Hay un susurro de duelo en el aire, un aliento contenido que no se atreve a romper el misterio. El sepulcro aún no ha sido cerrado, pero la semilla del alba ya duerme en su interior. No hay lamento que no encuentre consuelo en esa imagen detenida, donde el dolor se transforma en espera y el final en promesa.

Lo acompañarán las autoridades civiles y militares que forman el cortejo del Santo Entierro que tiene un sentido histórico, simbólico y cultural de importancia. No es solo una tradición, sino una forma de expresar el vínculo entre la fe del pueblo y sus instituciones. Desde el mismo año de la reorganización del Santo Entierro, en 1880, concretamente el viernes santo, día 26 de marzo salió por primera vez esta Cofradía a las ocho y media, acompañado ya, desde ese primer día por el cortejo, que en aquel día estuvo representado por todo el Ayuntamiento con las maceras y siendo llevando el palio de respeto por seis de los mayores contribuyentes de la localidad.

En la quietud de la tarde del Viernes Santo, cuando la luz se torna suave y las calles de Arahal se sumergen en el más profundo recogimiento, y tras un cortejo de nazarenos, aparece la Virgen de los Dolores del Santo Entierro, en su paso que constituye un auténtica joya en lo que a calidad artística y diseño se refiere, tanto en sus proporciones como en la ejecución de sus piezas de bordado y orfebrería Su figura, imponente y solemne, avanza bajo un palio y bambalinas bordadas de color negro que parece envolverla en un manto de silencio, mientras el pueblo, con respeto absoluto, guarda la calma ante su presencia. Un palio portado por 30 hermanos costaleros, con su capataz Manuel J. Bohórquez López y acompañado por la Banda de Música Municipal de Arahal.

Su rostro, de cera impoluta, refleja el dolor contenido de una madre que ha visto partir a su Hijo en el supremo sacrificio. Los ojos de la Virgen, profundos y serenos, no buscan consuelo; ella misma es consuelo para aquellos que se acercan a ella, portadora de un dolor tan grande que trasciende la palabra. El puñal que atraviesa su pecho simboliza la herida abierta de la humanidad, y su corazón, traspasado por ese dolor, es el reflejo del sufrimiento de todos los que claman por alivio.

Sobre su cabeza, la corona de plata sobredorada brilla con humildad, como una coronade reina del dolor, digna de una Madre que ha aceptado el sacrificio sin perder la nobleza de su amor. La luz de los cirios, tenue y respetuosa, apenas osa rozar su semblante, como si temiera interrumpir la calma que emana de su ser.

Cada paso que da la Virgen es un suspiro de duelo profundo, un lamento silencioso que se extiende por las calles de Arahal, como una oración que solo puede entenderse en la quietud de la devoción. En su caminar, la Virgen de los Dolores enseña que el sufrimiento puede ser sublime, y que en medio del dolor más amargo, la fe se mantiene firme, serena, inquebrantable.

Es la Reina del Dolor, la Madre que, aunque traspasada por el sufrimiento, no pierde su grandeza. Su paso es una lección de fe, de esperanza, de dignidad. En cada mirada dirigida hacia ella, se detiene el tiempo, y el corazón del pueblo se llena de recogimiento.

Una imagen que no solo se observa, sino que se lleva en el alma, como un suspiro de fe que perdura más allá del silencio.

Con el paso del tiempo, el cortejo de la Hermandad del Santo Entierro y María Santísima de los Dolores avanza lentamente hacia el final de su recorrido. Los nazarenos, que han custodiado la luz de sus cirios durante toda la noche, comienzan a acercarse a su destino. El silencio se convierte en oración profunda, y el aire se llena de una calma reverente que acompaña el paso de la Virgen y su Hijo, ya en la quietud de la muerte.

El Cristo Yacente, que reposó en su lecho de dolor, parece aguardar, en su descanso eterno, el susurro del alba que traerá la esperanza. A su lado, la Virgen de los Dolores, con su rostro lleno de tristeza, no abandona el consuelo de su maternidad, ni siquiera en este último paso de la procesión. El lamento que acompaña su figura se convierte en una súplica muda, que abraza a todo aquel que la contempla con una ternura profunda.

Las últimas luces de los cirios se van apagando, pero la huella de su resplandor perdura en los corazones de los fieles. El cortejo se disuelve en el abrazo de la noche, pero su mensaje queda: la fe, el amor y el sacrificio. La procesión ha terminado, pero el eco de su paso sigue resonando en las calles de Arahal, dejando un rastro de recogimiento, de esperanza, de vida que, tras el dolor, siempre resurge.

Sonia Camacho

Sonia Camacho

Sonia Camacho es directora de Bética de Comunicación y fundadora de Estudio 530. Comunicadora andaluza...

 

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