El oso
La opinión de Julián Granado

Morón de la Frontera
Además de ser un amante de la cultura rusa, con la distensión que sucedió a la Guerra Fría tuve ocasión de conocerla a fondo y de cerca. Y consultados otros amigos de aquel país, que lo visitaron a menudo por trabajo o placer, todos coinciden en los detalles por los que se distingue el temperamento ruso: distante, envarado y protocolario al principio, para romper en besos, abrazos y juramentos de amistad a la cuarta o quinta ronda de pelotazos de vodka. Eso, que pudiera ser interpretado por sus detractores como un fondo incurablemente alcohólico del alma rusa, no pone de manifiesto más que las luces y sombras de su carácter. Así son los eslavos, y no lo pueden remediar. Como no pueden dejar de ser los anglosajones de sangre fría, o dejar de ser los mediterráneos como somos usted y yo.
Pero haría bien Europa en tomar nota de esta simpleza antropológica para dejar de ver enemigos al este de sus fronteras. Sobre todo, para dejar de justificar el blindaje de las mismas con temores tan pueriles como ese de que en el 2030 algún país de la OTAN, vecino suyo, recibirá el zarpazo del oso ruso. Mejor habría hecho la adulta Comunidad Europea en estrechar lazos con esa cultura del este, con la que comparte continente. En lugar de hacerlo con aquella otra del otro lado del Atlántico, que si nos ha salvado el culo en dos guerras mundiales, lo ha hecho de nosotros mismos, jamás de los rusos. ¡Que vienen los rusos!: un peligro fantasmal inventado por el delirio de Occidente y, que yo sepa, nunca se ha realmente materializado. La temida amenaza rusa no es más que el espejo de nuestros miedos europeos.
¿Y Putin? ¡Bah! Al igual que Trump, tormentas de apocalipsis en el curso de la navegación histórica. Tampoco es cuestión, en castigo, de ponerles velas negras a los tiranizados países que gobiernan… ¿Y la guerra de Ucrania?, dirán ustedes. Bueno, les confesaré que de la pertenencia de Ucrania a Europa fui de los últimos en enterarme. Se ve que los mapas que yo manejo son otros. En ellos, Palestina pertenece de lleno al Mare Nostrum, ese Mar Mediterráneo al que también pertenecemos usted y yo. Y media Europa, a la que sin embargo ese genocidio no le quita el sueño. Solo se lo quita el oso ruso.




