Vallas por todos lados
El subdirector de Diario de Sevilla, Carlos Navarro Antolín, reflexiona sobre la normalización del uso de los vallas tanto en Semana Santa como en las finales de fútbol

La estatua de Juan Pablo II de la Plaza Virgen de los Reyes amaneció blindada con vallas el pasado sábado en previsión de incidentes por las concentraciones previas a la final de fútbol. Nos estamos acostumbrando a las vallas con más naturalidad de la que cabría esperar. No hace tanto tiempo se abrían debates sobre la idoneidad de vallar lugares como los Jardines de Murillo o los bajos del Mercado de Entradores en el Arenal. Con vallas no hay botellonas ni destrozos. Pero se impide el siempre deseable uso civilizado de la vía pública. No queda más remedio que priorizar la protección de las zonas del centro histórico. Con vallas matamos el perro y se acaba la rabia del desorden.
Ahora el debate es el vallado masivo de las calles en la pasada Semana Santa. Todo son vallas cuando no hay educación, cuando todo son excesos, cuando se ha perdido el sentido de la convivencia de la vía pública. Estas cosas no pasaban en una ciudad que fue sede de unos Mundiales. No éramos tan malos.
Ahora se acoge una final de fútbol y se asume que ese día es mejor evitar el centro histórico de la ciudad. No se libra de los riesgos ni el bronce del Papa viajero. Hemos normalizado los malos usos. En eso consiste la degradación de una ciudad. La valla es el icono de la era de los excesos. El tiempo que nos ha tocado vivir. El desorden, el ruido y la cochambre deben generar unos ingresos que todo lo compensan.




