El mensaje

Morón de la Frontera

Acabábamos de cerrar los días de una Semana Santa con el murmullo extraordinario de la Resurrección del Dios en el que creo, cuando el ritmo acelerado de la información empieza a cubrir las emociones del lunes de Pascua, donde quizás, el sucesor de Pedro en la iglesia, esperó para dar su último suspiro de vida.

Con la muerte del Papa Francisco, se cierra un papado de 12 años en el que nos deja muchas reflexiones, pero sobre todas la más importante, el profundo amor hacia los demás.

Cercano y humano, lejos de la purpura y el boato, cerca de los más humildes y más necesitados, el Papa Francisco tomaba el pulso de la calle, con la cercanía hacia los más desfavorecidos, con el compromiso de la esperanza en el ser humano. Como él decía: “hay que ir a la periferia si uno quiere ver el mundo como es”, ir a donde nadie iba, no como espectador sino como testigo.

Podrá gustarnos más o menos la figura del Papa, buscando tal vez, las respuestas a tantos problemas creados por el ser humano, podremos hacernos miles de preguntas que no caben en nuestra realidad, podremos sentirnos defraudados o no, con la complejidad de la religión, traspasándola a nuestros días.

Solo con la complejidad de lo sencillo, hay personas que son capaces de cambiar el mundo, él lo intentó creyendo solo en Dios y en los márgenes de los caminos, donde quedará para siempre prendida su palabra.

Jorge Mario Bergoglio tomó el nombre de Francisco por San Francisco de Asís, que se llamaba así mismo como “el loco de Dios”.

Después de su protocolo funerario, el camino hasta su morada final fue el elegido por él, como la vida que vivió durante su papado, la sencillez del hombre en la tierra, el mensaje del Cristo Resucitado.

Una lápida. La palabra Francisco. Nada más. Un hombre de fe en una caja sencilla. Un velo sobre la cara. Una bolsa con monedas acuñadas durante su papado y un pergamino con la historia de su vida, enfundado en un cilindro de metal, por si dentro de muchos siglos alguien quisiera conocer su historia.

Se cierra un ciclo que, representa más que un nombre o una figura, cae el telón sobre una era de la Iglesia, un espejo donde mirarse, en él, se verá reflejada una Iglesia que se despide de su líder sin soberbia, un poder que entierra a un hombre sencillo, que nos obliga a mirar hacia dentro.

En cada gesto, en cada silencio, se esconde una pregunta. ¿Qué Iglesia hereda su legado? ¿Qué mundo se sentará mañana en la silla vacía de Pedro?

Para creyentes o no, Francisco fue un pastor con acento porteño, que vino del sur del mundo a desordenar la casa de Pedro con gestos sencillos y un discurso de misericordia sin solemnidades.

Él, propuso que entre todos levantáramos el mundo porque, ya llevaba demasiado tiempo acostado.