Un apagón al año no hace daño
La opinión de Andrés Recio

Morón de la Frontera
Cada palabra acarrea consigo una historia completa. Una palabra es un entramado de consecuencias, un corolario de derivaciones, un ente hereditario consolidado a base de experiencias pasadas. Una palabra como "apagón" puesta en boca de todos hoy en día arrastra consigo un campo semántico de proporciones vitales, culturales y cuasi antropológicas. El hecho ocurrido el 28 de abril pone en la tribuna del vocabulario ententes léxicos como precariedad, incomunicación, soledad, histeria, incredulidad o indefensión, entre otros. Madame Bovary, o el mismo Don Quijote, pierden la razón a través de la literatura (razón entendida al uso, claro está) y se entregan, cada uno a su manera, a una lucha titánica por alcanzar una vida plena de emociones verdaderas que suplantase a la anodina y fiscalizada realidad que los trataba como seres humanos limitados, mediocres y de sueños finitos.
Uno no sabe hasta qué punto fuimos conscientes de que un apagón generalizado nos trasladó por horas a un mundo nuevo y totalmente desconocido, verdaderamente hostil para muchos. Y para descubrir y experimentar ese nuevo universo -que, sin embargo, permanece latente y acechante- no hizo falta viajar dos meses en barco como hiciese Colón, ni salir disparado a bordo de un cohete como Neil Armstrong, ni tan siquiera emprender una vuelta al planeta como en su día hizo Elcano.
Tan solo hizo falta la interrupción del fluido eléctrico durante unas horas para que nuestros hogares se convirtieran en islas perdidas, los bares y comercios en glaciares inhóspitos, los supermercados y gasolineras en ruedos de histerismo y paranoia colectiva. “La mejor salsa del mundo es el hambre”, le dice Teresa Panza a su marido Sancho en los días previos a la tercera salida de Don quijote y su escudero. Estábamos a punto de morir de éxito cuando van y naufragan de golpe todos los asideros que han construido a nuestra medida (y a la suya), todos los oasis desaparecieron en cascada bajo una repentina tormenta de arena alentada por un mastodóntico trilero que menea dentro de sus cubiletes los deseos y ansiedades de millones de personas. Luego, cuando “la luz se hizo” (remedando al siempre recurrente Génesis), pudimos respirar tranquilos escuchando a los augures del siglo XXI (¡no sé qué coño sería de nuestras vidas sin esta gente!) que, con el sentido afiladísimo de los más meritorios boy scouts, nos recomendaban tener a mano, para próximos episodios -y como método de salvación infalible-, un transistor a pilas, una linterna de mano y una navaja multiusos.




