Un Patio de Lego

Córdoba

Vaya por delante que considero que el Lego es el mejor juguete que existe porque no es uno, sino tantos como la imaginación y la maña te permitan construir: castillos, ciudades, barcos piratas e incluso jardines con flores. Por eso no tengo nada en contra de que exista un patio de Lego excepto todo lo que representa en estos momentos un patio de plástico que nadie cuida y en el que nadie vive. Un gesto bienintencionado con nuestra fiesta más tradicional que se convierte en una metáfora demasiado estridente para ser elegante, y que ha venido a acaparar atenciones en plena fiesta, justo cuando nos habíamos puesto de acuerdo en que lo que nos urge proteger no es solo cuestión de arquitectura y botánica, sino de personas, de comunidad y de memoria.

Por suerte, a una distancia prudencial del patio de Lego, en el patio de Ana las flores todavía se derraman por las paredes y las calas florecen en el tapón de un bote de detergente. Dice que de pequeña su madre no la dejaba pinchar más esquejes porque, como tenía el "deo verde”, todo le agarraba, y las macetas dan mucho trabajo y quieren mucho caso. En un barrio en el que ya hay más candados con combinación que geranios colgando de las rejas de las ventanas, patios como el de Ana son un oasis de resistencia, la inmaterialidad protegida que no cabe en una fotografía por muchos píxeles que le eches. Un patio es, por encima de todo, un hogar, y en el Casco cada vez quedan menos.

Decía Gramsci que mientras el viejo mundo se muere y el nuevo tarda en aparecer, en ese claroscuro surgen los monstruos. Yo nunca vi venir que esos monstruos tendrían la forma de una maceta de Lego. De esas que nunca necesitarán una Ana que los cuide.