Uniformes

Morón de la Frontera

Ahora que la televisión emite tanto reportaje sobre la conquista de la democracia, alguien se ha dignado por fin desclasificar imágenes inéditas, cincuenta años después, de manifestaciones disueltas por los grises, defendiendo de muy buen grado, todo hay que decirlo, a una brutal dictadura. A mí, aquellas dantescas escenas de porras y botes de humo, más que reavivar la memoria histórica, que también, lo que me han reavivado es algún que otro trauma mental. Por ejemplo, el que contraje en aquella protesta estudiantil, cuando el gris encargado de disolverme me propinó tal porrazo en la cabeza, que cuando recobré el sentido, ¡pásmense ustedes!, me había vuelto alérgico a los uniformes. Me he hecho las pruebas, y lo soy a todos, excepto al de sanitario, músico municipal o bombero. Desde entonces se me aparece aquel antidisturbios. Y sueño con tricornios motorizados que, lejos de velar por mi seguridad vial, me paran todas las noches para multarme. Y en otra angustiosa pesadilla, los soldados que desfilan por la Castellana vuelven sus armas contra las legítimas autoridades que presiden la tribuna, en una reedición del clásico golpismo militar. Entiéndanme: soy alérgico a la tela del uniforme, no a la magnífica persona que seguramente lleva dentro. También lo soy al pelo de los gatos, no a su dueño.

Ya lo sé. Los contestatarios de entonces somos ahora una generación de abuelos cascarrabias. Aquellos grises se jubilaron sin gloria ni penalización, y los que sobreviven a su mala leche, son ahora inofensivos vejetes reaccionarios. A nuestros propios nietos les deslumbran los uniformes, y muy gustosamente los vestirían si superaran las pruebas de selección. Lo harían por razones vocacionales, para defendernos de invasiones exteriores, sí, pero también por la buena paga que cobran del Estado el Ejército y los Cuerpos de Seguridad.

Ya, ya sé que la culpa de aquellas incurables visiones no es de nadie más que mía. O ni siquiera mía, sino de aquel gris bestiajo que fue a golpearme precisamente en la cabeza. La que llevo un dineral gastado en recuperar, a base de pastillas para los nervios y antihistamínicos para aceptar los uniformes. Por cierto sin resultados.