Santísima primavera
La opinión de Andrés Recio
Morón de la Frontera
La vida no es una escuela de delicadeza y de buenos modos por mucho que la peinemos. La primavera, aun con sus pajarillos, sus flores y su verdor bucólicos, tampoco. Nos cuenta Vasili Grossman en Vida y destino que incluso en la sabia naturaleza tienen lugar las más feroces batallas para colonizar un trocito de tierra librándose cruentas luchas por la vida entre la raíz potente del abedul, la ínfima de la margarita y la retorcida del jaramago.
Pero esa es su ley; la auténtica y verdadera ley. Así es la primavera. La señora estación que se peina durante los primeros meses de cada año para luego, presumida, estallarnos en los sentidos, pletórica, victoriosa tras sus desvaríos y sus ansiolíticos invernales, tras sus pactos e intrigas subterráneas que, al punto, la elevan a la luz. La reina tan campechanamente rica en baluartes, abalorios, templos, discursos y teatros sin necesidad alguna del comercio terroso de la palabra. Decían ciertos filósofos latinos que dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía y multiplicar sus muertes. Tú los desdices con tu dionisiaca manifestación, con tu espléndida mezcla de imperio irreductible, de restauración sutil, de monarquía rumbosa coronada de madrigales y de mastranzo, de democracia consolidada donde hallan asiento miles de tonos y de perfumes, mezclados, antagónicos a la vez que hermanos indisolubles.
La señorona estación se nos ofrece como perfecta vacuna trastornada de soles, besucona de tupidas arboledas, festoneada de corolas y de pájaros, tañida de nidos, pulcra de alboradas que prorrumpen sobre la plática de la fuente, sobre el murmullo de la plaza, o de la cantinela límpida del arroyo. Santísima primavera, bendito es el fruto de tu vientre del sur. “¡Que la inmortalidad es ahora!”, nos grita Nietzsche enarbolando cinco sagradas palabras. Y aquí está este río desbordado de vida que es la primavera que sacia al corazón atribulado en vaso pinturero de cristal libertino e instante ancho, en ronditas de eternidad, que no hay nada peor que no tener una primavera que llevarse a las venas tras cualquier invierno tan largo, tan oscuro, tan triste, tan aciago.
