Acuérdese, señor González
El Paso Cambiado de Julián Granado

Morón de la Frontera
La diferencia es puramente gramatical. La derecha española conjuga el poder con el verbo ser, ella ES el poder. Mientras que la izquierda debe emplear el estar: ESTÁ en el poder, y siempre con carácter interino, por supuesto. Cuando pretende calentar el sillón monclovita más allá de una legislatura, se entiende que ha roto reglas no escritas. Y se asume que su desalojo es cuestión de vida o muerte para España. Entonces, con misteriosa y engrasada sincronía, se sucederán los estallidos de escándalos y chanchullos, los fraudes de pronto aflorados y los mire usted por dónde. Y los casos engranarán como por ensalmo, conformando tramas. Y el procesamiento de las personalidades socialistas les cae en suerte -¡qué casualidad!- a jueces especiales que parecen sacados de una película del oeste. Y la policía se vuelve especialmente patriótica, y la UCO singularmente diligente para empapelar a estos corruptos, doblemente miserables por aquello de llamarse de izquierdas.
Pero yo este estado de alarma y este aire irrespirable los he vivido ya. Felipe González había ganado sin merecerlo las últimas elecciones de su carrera, pero Aznar no podía esperar más. Al líder socialista no le salvaría de caer que hubiese abrazado el liberalismo económico y la pertenencia a la OTAN. Ni le sería perdonado a sus adláteres del Partido que, habiendo promocionado entre los españolitos la doctrina del pelotazo fácil, pretendieran practicarlo ellos mismos en su propio beneficio. ¡Vamos, hombre! Esos jueguecitos financieros estaban reservados a los cachorros de buena familia, que luego los jugarían desde las carteras ministeriales repartidas por Aznar. ¿Se acuerda usted de aquellos años? El bigote opositor no tenía otro mantra argumental que el “¡Váyase, señor González!”. Y andaba Aznar presionando al Rey, para que invitara a Felipe a dimitir. Y ya había pactado con los poderes fácticos dejar que la crisis económica ahogara al gobierno socialista. Y sellado una alianza con Pedro J. para amarrar a la prensa. Y estaba cabildeando incluso con los militares, ya que la situación era de emergencia nacional. ¡Ahí es nada! Una izquierda que se negaba, aunque democráticamente, a desocupar el poder. ¿Se acuerda, señor González, de la que usted mismo llamaba “esa cara franquista de la derecha española”? ¿Se acuerda? ¿O el café al que le invitaron le ha borrado la memoria?




