¡La cola es mía!

Morón de la Frontera

¡La calle es mía!, clamaba Fraga, mientras agitaba la batuta de AP, aquel sobrenadante del puchero franquista que, andando el tiempo, se reconvertiría (letra de más, gallego de menos) en lo que actualmente conocemos por PP. ¡La calle es mía! Nunca he sabido qué quería decir don Manuel al hacer valer aquellos títulos de propiedad pública. Quizás se trataba de un desafío electoral, de esos que te pueden salir rana, como de hecho le salió aquel. Y como puede volverle a salir a su sucesor Feijoo, por muchas multitudes dominicales que abandere en rojigualda contra este Gobierno, más podrido que La Estaca de Lluis Llach, con lingüístico perdón.

Alta política aparte, lo que el pueblo llano entiende por “la calle es mía” es un derecho civil. Del que hace uso, sobre todo, en las colas de la compra. Intente usted colarse en la de la pescadería, el centro de salud, o la administración de loterías donde siempre toca, e inmediatamente alzará su voz algún probo ciudadano. Autoinvestido a lo Napoleón de presidente asambleario de comunidad, o comisario político de barrio, hará oídos sordos a sus ruegos y explicaciones. Se ciscará con inquisitorial rigor en la empatía de inspiración socio-podemita. Y en la discriminación positiva de género, en el caso de ser usted mujer. Y en su condición prioritaria de cuidador de dependiente a su cargo, si por desgracia carece usted de carnet que lo acredite. O en la de inmigrante vulnerable, si no tiene más papeles que los de su color de piel. ¡La calle es mía!, vociferará el indignado peatón, impasible a las disculpas y golpeando el capó de su coche, si invadió usted por descuido el paso de peatones. De manera que no deja de ser un contrasentido que pueda ser, la calle, algo de uso público y propiedad sin embargo individual.

¿Cómo? ¿Que no me cree? En la próxima bulla de lunes rociero, pruebe usted a acercarse a la reja. Verá como cien puños almonteños le gritan, en plan democrático-popular, aquello de ¡La Virgen es mía!