“Morón y Utrera: un abrazo por bulerías”
Crónica del 58º Festival del Gazpacho Andaluz de Morón de la Frontera

58º edición Festival Flamenco Gazpacho Andaluz de Morón de la Frontera (Cantaor Rafael de Utrera)

La noche del 5 de julio de 2025 quedará grabada en la memoria como una de esas veladas en las que el arte se manifiesta sin artificios y el duende corre libre entre compases. El 58º Festival del Gazpacho Andaluz, celebrado en el patio del Colegio Salesianos de Morón, rindió homenaje al histórico Potaje Gitano de Utrera, tejiendo un emotivo puente entre dos catedrales del flamenco.
Fue una cita de profundo sabor tradicional y un equilibrio admirable entre cante, baile y toque, donde las raíces familiares, la autenticidad y el respeto por la herencia flamenca estuvieron presentes en cada actuación. “No se puede entender Morón sin Utrera, ni Utrera sin Morón”, se escuchaba entre el público, como resumen del espíritu del encuentro.
La noche arrancó con más de setecientos espectadores que se reunieron alrededor de mesas redondas al estilo del festival homenajeado. En una atmósfera de cercanía y respeto, Kiko Valle, crítico flamenco natural de Utrera, condujo la noche con respeto y sensibilidad, preparando el terreno para una velada de arte único y exclusivo.
Con las ganas e ilusión de los jóvenes alumnos de la Escuela Municipal de Música y Danza se abría la noche, un gesto de continuidad y esperanza en la savia flamenca. Pero fue Rafael de Utrera quien abría verdaderamente la puerta del sentimiento, con una voz que parecía dialogar con el eco de sus ancestros. En sus propias palabras, “hay que cantarlo con verdad, con alma, porque el flamenco no es solo música, es vida”. Su interpretación, acompañada por la guitarra de Pepe Fernández y las palmas de Dani Bonilla, Abel Harana y Juan Carlos Usero, fue un viaje donde “las cantiñas, taranta amalagueñá y seguiriya" se convirtieron en un lamento que no olvida a los que nos precedieron. El regalo final fue la emblemática pieza Señorita de Enrique Montoya con la que se terminó de encender la noche.
A continuación, Mari Peña, hija de Frasquita de la Buena, llevó al público en un viaje temporal donde el cante se alzó en toda su pureza. Como heredera de la esencia de un pueblo que vio nacer a figuras como Fernanda y Bernarda, Gaspar, Perrate o Bambino, su actuación se impregnó de autenticidad. Acompañada por la guitarra de su marido, Antonio Moya, trasladó a los asistentes a tiempos remotos, evocando a “María la Andonda, La Josefa o La Jilica”. Su cante impregnado del libertinaje salvaje de lo gitano, rematado con “una pataíta” hacía saltar la chispa vital que hace que el flamenco se sienta vivo y respirado.
Por parte de Morón, la guitarra de Gastor de Paco se convirtió en el hilo invisible que tejió la noche representando a su vez la savia nueva del flamenco. “Esa ramita verde de la casta gastoreña, torrente de savia imparable que le viene de Paco del Gastor, su abuelo". Mostró en su toque un torrente de energía y sensibilidad. Al maestro, fue a quien le dedicó Gastor de Paco su rondeña maestro al que en alguna ocasión (y esto ya es vivencia propia de la que escribe) se le ha escuchado decir: "No toques más de la cuenta, pero toca con verdad”. Rondeña que evocaba las raíces familiares que nutren su arte. La guitarra de Gastor de Paco , vibrante y sentida, es un puente entre generaciones y mensaje de futuro para el toque gitano.
Vendría el descanso y la degustación de ese gazpacho - más de 150 litros de buen color y sabor palaciego- y llegaría el homenaje. Alfonso Luna, delegado de Cultura y Flamenco, recordó que el Potaje fue “el festival pionero de todos los festivales”, y entregó a José Jiménez Loreto y a la concejala de Cultura de Utrera símbolos del vínculo hermandad entre ambas localidades. El alcalde, Juan Manuel Rodríguez, sintetizó el climatismo del momento: “Más que un homenaje, estamos haciendo un hermanamiento”.
La segunda parte fue un despliegue de fuerza y elegancia. Llegaba la faraona del baile, Juana Amaya acompañada por David El Galli, Iván Carpio y Manuel Tañé al cante, la percusión de Lolo y la guitarra de Rubén Romero. Su sola presencia ya impone, pero fue cuando su cuerpo comenzó a dialogar con la guitarra y el cante, cuando el patio salesiano quedaba en un silencio sublime. Su baile por soleá, enérgico y lleno de matices, fue un manifiesto de gitanería pura. Juana no baila, Juana invoca - he escuchado en alguna ocasión. Bailó con la historia en la piel y el alma en los pies y en su semblante.
Le seguiría Aurora Vargas, imponente en su voz, y directa, como nos lo hizo "escuchar" con una sola frase en nuestro especial de Radio Morón: “Sé tú misma, y siempre serás una persona”. No hace falta más. Su cante es una declaración de principios, y su trayectoria, una lección de fidelidad al instinto. “Lo que no se debe perder es el flamenco”, dijo sin rodeos. Y no se refería a una etiqueta ni a una pose, sino a la verdad que se transmite de generación en generación, como quien entrega una herencia sagrada. Aurora fue capaz de llevar alma gitana hasta el último rincón del patio.
Y esta nueva edición Gazpachera concluiría con el fin de fiesta por bulerías , con Dani de Utrera, Encarna La Negra, Luis Peña y Carmen Amaya, y las guitarras de Antonio Moya y Alejandro Fernández. Este acertado fin de fiesta por bulerías fue un huracán de pasión y maestría. “El arte festero está en desuso y eso hay que remediarlo”, reivindicaba Luis Peña en la entrevista previa del especial de Radio Morón". Su intervención, junto al resto de compañeros demostró que esa vertiente sigue viva y sigue siendo necesaria. Con su actuación, dejaron grabada en el recuerdo una velada memorable que unió, sanó y transformó al flamenco y al aficionado
Así pues, la noche fue un torrente de vida, pasión y arte, donde el arte jondo se mostró en su máxima expresión: vivo, eterno, y capaz de unir más allá del tiempo y el espacio.




