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Sociedad

Alberto Campo Baeza agradece en un entrañable carta su nombramiento como Hijo adoptivo de Cádiz.

El prestigiosos arquitecto recorre algunos lugares y amistades de su infancia en Cádiz donde residía en los desaparecidos pabellones militares cercanos al Castillo de Santa Catalina

El arquitecto Campo Baeza en una de sus obras en la ciudad de Cádiz, el espacio Entrecatedrales. / arc

Cádiz

Carta de Alberto Campo Baeza:

Cuenta Enriqueta Vila, catedrática de Sevilla, que las leyes en esta tierra tan antigua de Cádiz, de los tartessos, estaban redactadas en verso. Y que Julio César, cuando anduvo por Cádiz, acudió al oráculo de la Torre de Hércules. ¿Estaría en el hoy Castillo de San Sebastián? El oráculo le predijo que llegaría a ser emperador. Y cuando llegó a serlo, otorgó a todos los nacidos en Cádiz la ciudadanía romana. Y que yo sepa, esa ley nunca ha sido derogada. ¡Ciudadano romano! ¡Romano!

Se me hace hoy el mayor honor que cabe en mi corazón. Se me hace hoy Hijo Adoptivo de la muy antigua y noble ciudad de Cádiz que me vio nacer a la vida donde, como he escrito tantas veces, vi por vez primera la luz. ¡Hijo de la ciudad más antigua de occidente! Y para mí, la más hermosa. Y la más querida. No en vano, el New York Times proclamó por escrito un día esto de que “Cádiz es la ciudad más bonita del mundo”

Cuando Bruno García, el alcalde de Cádiz me llamó para comunicarme la noticia, no pude contener mis lágrimas. Nunca lo hubiera ni soñado. Mis raíces, mis padres están enterrados en Cádiz. Mi madre con los Carmelitas, en la Iglesia del Carmen, y mi padre con los Franciscanos, en la Iglesia de San Francisco. Y allí con él, en la cripta de San Francisco, tengo yo el hueco donde si Dios quiere, un día reposarán mis restos, ¿cómo no voy a sentirme y serlo, gaditano? ¡Gaditano! ¡Romano!

Es el mayor honor que cabe en mi corazón. Y mira que me han hecho regalos en estos últimos tiempos. Desde el premio a la Excelencia como mejor profesor de mi Universidad Politécnica de Madrid, pasando por la Medalla de oro Tessenow de los alemanes o el Arnold Brunner de la Academia Americana hasta mi ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, o la Medalla de Oro del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España, y el Premio Nacional de Arquitectura que se me entregó en Cádiz, en el Oratorio de San Felipe Neri en diciembre de 2021. Pero ninguno como éste: ¡Hijo Adoptivo de Cádiz! ¡Ciudadano gaditano, ciudadano romano! ¡Gaditano! ¡Romano!

CAMPO DE LAS BALAS

Mi padre, D. Juvencio Campo, llegó destinado en el año 1949 tras la guerra, cuando yo sólo tenía tres años. Él sí que debía haber sido nombrado gaditano adoptivo, y más que adoptivo. Porque aquí se dejó el alma y la vida y el corazón. Los amigos le decían “castellano de meseta trasplantado en la Caleta” Porque allí, en la mismísima Caleta vivimos durante unos años felicísimos, en el Campo de las Balas. Allí, al borde del agua, el general Bouzo y el ingeniero militar Lucini, levantaron unos pabellones, blancos y pequeños que nosotros estrenamos, que eran gloria pura, donde fuimos muy felices. De esas casas no queda nada. Se echaron abajo para edificar unos bloques infames.

Recuerdo puntualmente a todos los habitantes de esos dos pabellones blancos y pequeños, porque éramos algo más que una familia. En nuestro pabellón, Manolo Sotomayor y Mercedes. Remigio Sanchez del Álamo y Amandita Martin, con Amandita y con Fali, y con la madre de Amandita, Estrella, y con la perrita Perlita. Manolo Martin Baena y Julia Franquelo, con Manolín y Rosalía y con la madre de Manolo, Alicia. Suarez Cantón y Lolita Huertas, con Jose y Míguel y Maria Dolores y Nico.

En el otro pabellón, Carlos Díaz y Maruja Medina, con Carlos que pasados los años sería alcalde de Cádiz. Y Consuelo, y Chica y Manolo y Tere. Maira Paradera con Mari Pepa y Evaristo. Y Ramirez con su mujer y Mari Carmen y Mari Tere. Y los Sotelo Morillo. Alfonso Sotelo Lizasoain y Meli Morillo, con Alfonso, Meli, Oliva, Aurora, Antonio y Begoña.

Y hasta Manolo Chaves que un día por la calle Ancha paró a mi padre y, levantándose la pernera le dijo: ¿Se acuerda Don Juvencio que usted me operó esta pierna? Manolo era hijo de una familia de militares maravillosa. Mi madre era muy amiga de África, su madre. Manolo Chaves fue Ministro con Felipe González y luego Presidente de la Junta de Andalucía.

Las ventanas de nuestro dormitorio daban a la Caleta, con el castillo de San Sebastián y el faro, delante. Tan cerca estábamos que cuando había temporal, el agua llegaba hasta estas ventanas. Y las contraventanas eran de madera, tan fina, que cuando llegaba el rojo sol horizontal de las puestas de sol, enrojecían causando nuestro asombro. Los domingos íbamos a la Misa al Castillo de Santa Catalina, colindante con aquellas viviendas maravillosas que no hace tanto echaron abajo. Por mí las hubiera declarado monumento nacional.

A mí me adjudicaron un triciclo mientras que a mi hermano Jose la bicicleta Orbea de mi padre. Las fotos dan buena fe de ello. Luego a mi hermana Ana, los reyes magos le comprarían en Crédito Rucas, una BH azul de chica, sin barra.

Íbamos al teatro de verano del Parque Genovés a lo que llamábamos Palco Real. Eran las azoteas de los cuarteles cercanos que gozaban de una visión privilegiada, sobre todo cuando de danza o conciertos se trataba. El ballet de Antonio el bailarín, con

Rosario. El Lago de los Cisnes con Janine Charrat o el mismísimo maestro Cubiles al piano, el mismo que estrenara Noches en los Jardines de España, del gaditano D. Manuel de Falla. O el maestro Toldrá dirigiendo a las orquestas más prestigiosas. Aún recuerdo cómo, de tanto mover la mano dirigiendo con enorme energía, sufrió un esguince y rápidamente llamaron a mi padre, que era el mejor traumatólogo del mundo, para curarle. Yo me apunté a acompañarle.

LA TORRE TAVIRA

Mis primeras armas en el colegio las velé en la Torre Tavira con las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, con Sor Juliana y Sor Felicitas, que me dicen que, con más de cien años, todavía vive. Luego pasé a San Felipe Neri de Cádiz, de los Marianistas del Padre Chaminade. Lo llamábamos de Cádiz para distinguirlo del de Puertatierra (Puertas de Tierra) al que iría a cursar lo que llamábamos Ingreso.

LOS MARIANISTAS

El edificio de San Felipe Neri de Cádiz, el colegio de los Marianistas en Cádiz, en la calle San José, tenía la forma de falansterio y la iglesia era el precioso oratorio barroco, elíptico donde se proclamó la Constitución Española de 1812, la Pepa. En San Felipe de Cádiz tuve a marianistas como D. Felipe en primera, a D. Norberto en segunda y a D. Pedro en tercera. Todos estupendos. Nos confesábamos con el Padre Jesús que era muy condescendiente. La tinta azul cobalto venía en barras que había que disolver en un frasco grandote y luego repartirlo en los tinteros blancos de porcelana, que presidían cada pupitre de madera. De estos menesteres se encargaba D. Ciriaco Alzola al que queríamos tanto porque a escondidas, si nos portábamos bien, nos daba caramelos. Y el P. Vicente Sanchez Uralde para cuya beatificación hice un escrito, un hológrafo. El director era D. Victoriano Sáiz cuya firma aparecía en las notas que, a mí me solían dar doradas, porque así eran las del número uno de la clase.

En San Felipe de Puertatierra tuve a D. Francisco de Miguel en lo que llamábamos Ingreso. Nunca dejaba de sonreír. En primero de Bachillerato ya tuvimos varios profesores seglares. Apareció un jovencísimo marianista, D. Enrique Torres Rojas, hijo de un Abogado del Estado de Madrid, que tenía un corazón de oro, y una cabeza privilegiada. Aún recuerdo el día que me dijo que yo era el que partía el bacalao y cómo fui a mi madre todo preocupado por aquello. Mi madre sonrió, como solía hacerlo siempre y me comió a besos. D. Enrique Santamaría, D. Juan Lecue, D. Raimundo Urrejola, D. Jose Barrena, D. Francisco Huidobro, D. Avelino, D. Julian, los Laita, D. Luis y D. Ignacio, D. Carlos Portillo, y D- Enrique Bielza estupendo que llevaba la Congregación. Especialmente bueno en sus clases de Matemáticas fue D. Valentín Hernandez, que era el que con D. Constantino Rodríguez hacía los estupendos libros de Matemáticas de SM. Yo me confesaba con D. Ignacio Amurrio que era tan condescendiente como el Padre Jesús. El P. Juan Carlos Gonzalez de Suso, El P.

Miguel Sánchez Vega director, El P. Ignacio y el P. José Antonio Alzugaray. Y el P. Jose María que nos dió la Primera Comunión.

De los profesores no marianistas también guardo un muy buen recuerdo. D. José Gener que nos explicaba muy bien la Literatura y al que queríamos tanto que, como fumaba picadura, le regalamos un dispensador de tabaco, un artilugio diabólico con flejes, que compramos en Omnia. D. Ángel Pueyo (Déme un vale ¿no tiene? deme dos) por cuya culpa sigo luciendo un francés impecable que todos alaban. D. Manuel Molina en Matemáticas y D. Manuel Mora en Química, y D. Eduardo Escobar con su Mobylette. El sordo, que era marino, y D. Cesáreo que daba FEN.

Debo reconocer que nunca agradeceré suficiente a los marianistas lo que han hecho por mí. Si mis padres plantaron en mí, y bien plantada, la semilla de la Fe, los marianistas la hicieron crecer con la fuerza que todavía me sostiene. El que hace poco me hicieran alumno del año no indica más que su enorme generosidad y nunca mis escasos méritos. Actualmente siempre que vuelvo a Cádiz a algún acto del colegio me echo mis buenas parrafadas con el director, D. Victoriano Viñuelas que es una persona fuera de serie, un marianista de primera. Y pasados los años, me encargaron como arquitecto, el edificio central de la editorial SM en Madrid.

MIS AMIGOS

De mis amigos por entonces, a los que conservo un cariño indeleble, están Pepe Navas Ramírez-Cruzado, que debe ser ya General por Galicia, Juan Vicente Giráldez Cervera, hijo de Joaquín y Mercedes, que es el mejor Catedrático de Agrónomos de Córdoba y del mundo, Alfonso Jiménez que era el mejor abogado de Cádiz (murió) y Manuel Martin Franquelo, listísimo, hijo de Manolo y Julia, que tenía una hermana, Rosalía, guapísima. Y Mané Cebada Macías, que también debe ser General, hijo de Fernando y de Rosario. Mi pandilla fue un regalo y un privilegio. Todos ellos eran más inteligentes y mejores que yo.

¡Cádiz! To Cádiz, la Catedral, la Víña y el Mentidero, y verás que no exagero si al cantar la habanera repito: La Habana es Cádiz con más negritos. Cádiz es la Habana con más salero, como decía mi amigo Carlos Cano. ¡Tanto Cádiz! La ciudad más antigua de occidente, y la más bonita. ¡Ciudadano gaditano! ¡Ciudadano romano!

Alberto Campo Baeza.

www.campobaeza.com