Diario de una bandera
El Paso Cambiado de Julián Granado
El «Paso Cambiado» de Julián Granado
He tenido una larga vida. Me tejieron en vida del Caudillo, a cuyo glorioso sepelio asistí en el Valle de los Caídos, y adonde he vuelto después para exigir que no lo saquen de allí. Me crie en una familia de orden. Uno de cuyos miembros, guerrillero de Cristo Rey, me llevaba siempre en una mano, mientras ondeaba la cadena con la otra. Hasta que me amadrinó la señora de la casa, militante de Fuerza Nueva y católica preconciliar, que me usaba de bufanda patriótica en las manifestaciones contra Felipe González, y luego en las quedadas dominicales en defensa de la familia en Colón, contra Zapatero.
Cuando, tranquilizada por los gobiernos de Aznar y Rajoy, moderó aquella santa su antisocialismo, me heredó su hijo. Un chico pijísimo, aunque con un puntito de descerebrado que lo perdía. Tuvo no obstante la genial idea de coserme un aguilucho imperial de quita y pon, para burlar así las denuncias de inconstitucionalidad. Y escribir en la franja gualda lo de “Sánchez”, junto con lo de “perro” y/o lo de “a prisión” en las de color rojo. Es así como, sobre los hombros de mi joven amo, he recorrido los graderíos ultras de los estadios, he cercado Ferraz y atestado la Puerta del Sol, donde me fue dado recibir el beso, con sus morritos ardientes, de esa máquina que tenemos por Presidenta en la Comunidad de Madrid. Más recientemente, el chaval me llevó a incendiar Torrepacheco. Yo soy, de hecho, la que el chico muestra a la cámara, mientras amenaza al redactor gritando “¡Moros y periodistas mentirosos, fuera de España!”. Por cierto, que el muy bestia estuvo a punto de quemarme con un cóctel molotov, y de no ser porque la Guardia Civil era de la patriótica, nos veo esa noche en chirona.
Pero hace unos días fue ya mi apoteosis. Me llevó mi dueño a una corrida, y enfervorecido por la Fiesta Nacional me arrojó al albero. Entonces el torero, un español de bien, tomándome entre sus manos me llevó a dar la vuelta al ruedo y a recibir el clamor de los tendidos. ¡Qué emoción! Ya, antes de apolillarme, solo me resta rendir un último servicio a España: cual es, tras echar al hijo de puta ese de la Moncloa, ir a celebrarlo en la Plaza de Oriente, como antes. ¡Qué gozada! Para deshilacharse de gusto, vamos…
Comentario Julián Grando 22/5