Pensar
El Paso Cambiado de Julián Granado

Morón de la Frontera
Decía Unamuno, sacando un poco las cosas de quicio, que aquello que distinguía al hombre de los animales no era la capacidad de pensar, sino la de sentir. Y que jamás en su vida había visto llorar a un cangrejo, aunque, por dentro, nadie podía asegurar que los cangrejos no resolvieran ecuaciones de segundo grado. Sin embargo, los científicos de nuestro tiempo afirman que los perros y las mascotas todas, como los ricos, también lloran. Y mucho. En ese sentido, y por llevarle la contraria a Unamuno, el ser humano vendría a ser más racional que sentimental. Y hoy parece unánime el criterio evolutivo según el cual a nuestra especie se le acorta la mandíbula y le crece el cerebro conforme la diferencia de los otros simios la facultad de pensar. Si por tal entendemos, no ya la que demuestran los mandatarios y políticos del cartel, sino otra cosa: esto es, la capacidad de hacer abstracciones a partir de una serie de datos concretos y estadísticos. Eso que se llama razonar, opinar o generalizar. Aunque tan denostado esté actualmente esto último de hacer generalizaciones. ¿Que no? Pruebe, pruebe usted a exponer en público una opinión genérica sobre algo, y ya verá cómo inmediatamente surgen a su alrededor voces a la contra, de los que piensan con los pies muy en el suelo. “¡Ah, pues los amigos de mi hijo son todos muy buenos niños”, le contradirán. O “yo recuerdo años que anunciaron ola de calor y luego no lo hizo”. O votos particulares como el que sostiene “bueno, eso depende del caso concreto”. Y ya en el colmo, la sentencia de vía estrecha que sostiene “no se puede generalizar”. Algo así como decirle al homo sapiens “prohibido el pensamiento abstracto. Vuelve a hacer fuego entrechocando piedras. No dibujes bisontes en general si no aciertas a copiar en 3D este o aquel bisonte en particular. Y para ese cerebro que te está creciendo, ponte boina”.
Así es, amigo, que hágame caso y no se apunte al bando de los filósofos unamunianos y llorones. Sino al otro, al del “Pienso, luego existo” de los cartesianos, orgullosos de pertenecer a la controvertida Humanidad. Pero, eso sí, piense que pensar, más allá del placer de hacerlo, no le reportará utilidad práctica alguna. Ni sirve, por lo general, para enriquecerse. Lo que tampoco supone ningún drama. Piense que los ricos de bitcoin, a la larga y como los caniches, también lloran.




