Motivados sin ambición

Córdoba

El comienzo de curso es un buen indicador para medir el nivel y, por qué no, la calidad de nuestras ambiciones. Desilusión es la palabra que me permea estos días cuando analizo las manidas ambiciones de nuestros políticos que, faltos de creatividad, se han transformado en ruido blanco. Lo suyo no es ambición, no logro atisbar una pizca de avidez que me sugiera que están preparados para hacerse con el poder. Quieren ganar, desean gobernar, pero el buen uso del poder, que es la ambición más extrema de la política, implica buscar la excelencia a través de la virtud.

La calidad de una ambición, por llamarlo de alguna manera, se fundamenta en su capacidad de proyectarse a largo plazo, y en el tiempo que es capaz de mantener viva esa proyección. En una sociedad impaciente, las ambiciones se sustituyen por las motivaciones. La motivación, cuando activa la voluntad, es el impulso inicial, lo que nos pone en movimiento, es un afecto que nos empuja con intensidad y que perece tras el esfuerzo.

Por el contrario, la ambición, está orientada a la construcción de la identidad y se proyecta hacia una mejora a largo plazo. Frente a lo fulgente de la motivación, la ambición perdura en el tiempo, lo que la convierte en un acelerador del progreso humano.

Quizá por eso, en una sociedad hipermoderna como la nuestra, sometida a los dictámenes emocionales, asistimos al grotesco espectáculo de una pléyade de narcisistas motivados que carecen de ambiciones. Y no hay peor empresa para edificar el futuro.

Feliz comienzo de curso

José Carlos Ruiz

@srjosekarlos