Cuando casi 2.000 arahalenses vivían en el campo entre chozones y casillas
Arahal, ejemplo de población diseminada en la Campiña sevillana a principios del siglo XX


Arahal
Rafael Martín Martín, cronista oficial de la Ciudad - Comentario Nº 81.

Rafael Martín - Comentario 81 - Arahal, ejemplo de población diseminada en la Campiña sevillana a principios del siglo XX
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Con el inicio de la recolección de la aceituna de verdeo, orgullo y emblema de nuestra localidad, quiero invitaros a un recorrido por la historia para recordar cómo era la vida en las labores agrícolas de Arahal hace más de un siglo. Hablaremos de un momento en el que nuestro municipio se convirtió en un verdadero ejemplo de población diseminada, con familias que habitaban durante todo el año en casillas, chozones y caseríos de los cortijos repartidos por un término municipal tan extenso como fértil.
Un territorio de olivares y horizontes abiertos
A comienzos del siglo XX, el término de Arahal abarcaba unas 20.150 hectáreas de campiña ondulada, surcada por veredas y cañadas. El paisaje se caracterizaba por la inmensidad de sus olivares, intercalados con trigales, huertas y dehesas. Cada amanecer iluminaba un escenario donde la vida y el trabajo seguían el ritmo de la naturaleza.
Este entorno, tan fértil como exigente, reclamaba la presencia permanente de quienes lo cultivaban. No bastaba con acudir en temporada de cosecha: el olivar requería poda, labrado, recolección y el cuidado constante de pozos y norias. Así, familias enteras se establecían en cortijos, casillas y chozones, formando una red de asentamientos dispersos que daban a Arahal una fisonomía singular dentro de la Campiña sevillana.
El auge de la aceituna de mesa
Aunque históricamente el aceite de oliva había sido el principal destino del fruto del olivo, a finales del siglo XIX Arahal vivió una auténtica revolución agrícola: el aprovechamiento de la aceituna en verde como aceituna de mesa. Este cambio, que aumentó la rentabilidad del cultivo, situó a la localidad en el centro de un nuevo mercado.
La fundación en 1922 de la empresa La Palmera, dedicada al aderezo de la aceituna, consolidó a Arahal como referente en la preparación y exportación de aceitunas de mesa. Esta actividad industrial se apoyaba en la mano de obra estable de las familias rurales, que habitaban diseminadas por todo el término municipal.
Una población sorprendentemente dispersa
Los datos del censo de 1920 son reveladores: Arahal contaba con 10.133 habitantes, de los cuales 1.889 —el 18,65 %— vivían fuera del casco urbano. Mientras el 81,35 % de los vecinos se distribuía por las 66 calles y 10 trascorrales del pueblo, es decir la población diseminada se organizaba en el censo en dos grandes secciones rurales: La Zorrera, con 950 habitantes, y Paternillas, con 939. Casi una quinta parte de la población residía de forma estable en el campo, una proporción destacable en toda la provincia de Sevilla.
Caseríos de cortijos, casillas y chozones: arquitectura de la vida campesina
El término municipal estaba “salpicado” de edificaciones que variaban en tamaño y función:
- Cortijos y haciendas: auténticos complejos agrícolas, con patios amplios, lagares, almazaras y viviendas, con caseríos para encargados y jornaleros. Ejemplos notables eran La Gironda, Casula, Martinazo, Las Monjas o la Dehesa de la Grulla, entre otros.


Cortijo de Menguillán. Fotografía del Archivo de Alfonso Pereira
- Casillas de labor: ochenta y cinco registradas en la época, muchas de ellas habitadas por más de veinte personas, construidas en tapial o ladrillo con teja árabe. Ejemplos la casilla de Pedro Gómez, la del tío Alonso, la del molino del portugués, la de D. Salvador Corral en Perafán, la de la dehesa de Martinazo o la de la dehesa de la grulla entre otros.


- Chozones: modestas construcciones de barro, caña y paja, levantadas con materiales del entorno; existían dieciocho, cada uno acogiendo a familias enteras. Ejemplos, el chozón de la tía Carmen, el de Pablo el de Utrera, de Lastra o de Garrido en Perafán, entre otros.


Todas estas viviendas estaban inscritas en los padrones y catastros como residencias permanentes


Elaboración propia de datos extraídos del Censo de la villa de El Arahal de 1920
Vida cotidiana: trabajo, familia y naturaleza
La vida en estas casas rurales seguía el compás de las estaciones:
- En invierno, la recolección de la aceituna movilizaba a todos: hombres vareando los olivos, mujeres clasificando el fruto y niños colaborando en las tareas menores.
- En primavera, se preparaba la tierra y se cuidaban los huertos familiares.
- El verano traía la siega de cereales y largas jornadas de sol abrasador.
- En otoño, la poda devolvía vigor a los árboles.
Las mujeres no solo atendían el hogar; se ocupaban del huerto, criaban animales de corral y elaboraban pan, quesos y conservas. Los hombres alternaban las faenas agrícolas con el mantenimiento de pozos, norias y aljibes, esenciales para abastecer de agua tanto a la familia como al ganado. A pesar de las distancias, estos hogares rurales eran autosuficientes y mantenían una vida social propia, con celebraciones religiosas, cantos y reuniones alrededor del fuego.


Caminos que unen, vínculos que perduran
Lejos de estar aislados, los habitantes del campo mantenían una relación constante con el casco urbano. Arahal contaba con 147 caminos y veredas que sumaban 227 kilómetros, conectando cortijos y casillas con la villa y con localidades vecinas como Paradas, Morón de la Frontera y Marchena, como Esparteros, la Grana, Camino de Barros, Vereda de Osuna, El cordel de Morón entre otros.
Cada semana y, en muchas ocasiones, cada día, muchas familias acudían al mercado para vender productos de sus huertas, comprar víveres o participar en ferias y fiestas. Este ir y venir aseguraba un flujo económico y cultural permanente, reforzando la cohesión social del municipio.


Significado histórico y herencia actual
El modelo de población diseminada de Arahal refleja un patrón de ocupación del territorio característico del sur de España, en el que la agricultura intensiva y la estructura de propiedad —con grandes y medianos terratenientes— exigían la presencia de mano de obra residente en las fincas. Esta realidad moldeó la economía local, las costumbres, las relaciones laborales y, en última instancia, la identidad cultural de Arahal.
Hoy, muchos de aquellos cortijos y casillas han sido rehabilitados como viviendas rurales o fincas de recreo, conservando su memoria y su valor arquitectónico, otros muchos, quizás la mayoría han desaparecido. Recorrer estos parajes es revivir una época en la que la vida giraba en torno al olivar y a una red de familias que supieron adaptarse a un medio exigente pero generoso.
Epílogo: un legado vivo
Hablar de la población diseminada de Arahal a principios del siglo XX es hablar de esfuerzo, ingenio y arraigo. Cada caserio del cortijo, cada casilla y cada chozón son testigos de una historia de trabajo y comunidad que todavía late en el presente. La recolección de la aceituna de verdeo, que hoy celebramos con orgullo, hunde sus raíces en aquellas familias que vivieron y trabajaron en el campo, dando forma a un paisaje humano y productivo único en la Campiña sevillana.
Por eso, cuando el aroma del aderezo impregna las calles y los campos se cubren de actividad durante la cosecha, recordamos que Arahal no solo produce aceitunas: Arahal produce historia.


Cortijo de Patas Largas. Fotografía del Archivo de Alfonso Pereira.

Sonia Camacho
Sonia Camacho es directora de Bética de Comunicación y fundadora de Estudio 530. Comunicadora andaluza...




