Nuevas publicaciones con nuevas teorías e interpretaciones sobre los hallazgos en el paraje El Fontanar
Artículos publicados en la Revista Complutumen, de Ediciones Complutense, el diario El País y la web almadepueblos de Gines Donaire

Imagen del monumento petreo del El Fontanar en Jódar / Instituto Universitario de Investigación en Arqueología Ibérica

Jódar
En ambos se describe el descubrimiento de un monumento petreo, que refuerza la mitología íbera vinculada a la arqueología de los astros.
El monumento está compuesto por dos unidades, una es una gran piedra vertical de 5,3 metros que tiene forma apuntada en su parte superior y que delante, en la pendiente donde se levantó el monumento, se apoya en dos piedras cilíndricas de tamaño más reducido. “... El conjunto expresa la forma del órgano genital masculino, con un gran pene y los testículos delante, mirando hacia la salida del sol en el solsticio de invierno...”, y otro elemento descubierto es un abrigo de 6,8 metros de altura de puerta, que representa la forma del órgano genital femenino, con la forma triangular del útero, al que, al disponerle una gran piedra en la parte superior que cierra la entrada de la cueva, le han creado formalmente las trompas de Falopio. Y, al mismo tiempo, una aproximación de las piedras laterales en la parte inferior definen los labios interiores de la vulva.
El resultado que han podido constatar los arqueólogos es que en el solsticio de invierno el sol sale por el extremo cónico del falo y proyecta la sombra de este hacia la cueva hasta alcanzar en pocos minutos la vulva femenina representada en la parte inferior de la puerta del abrigo, instante en que la sombra comienza su retroceso, al levantarse el sol en el cielo.
Enlace diario El País y Alma de Pueblos de Gines Donaire:
https://almadepueblos.es/hito-arqueologico-en-el-fontanar/
El hallazgo del monumento pétreo del Fontanar, en Jódar, refuerza la mitología íbera vinculada a la arqueología de los astros
La mitología íbera vinculada a la arqueología del sol y de otros astros ha recibido un importante espaldarazo tras el hallazgo de un hito gigantesco en El Fontanar, en Jódar (Jaén), un monumento pétreo, con la representación de una hierogamia, único en la cultura íbera. Se trata de un ritual que tiene lugar durante el solsticio de invierno y que recrea físicamente la metáfora de una hierogamia, un encuentro sexual, mítico y mágico, de un héroe solar y una diosa de la fecundidad, frecuente en el mundo antiguo mediterráneo.
El Fontanar es un monumento pétreo, pseudo-natural y de grandes proporciones de época ibera, que, en el orto, al amanecer, del solsticio de invierno, verifica un efecto extraordinario asociable a un rito sacro. El monumento está compuesto por dos unidades, una es una gran piedra vertical de 5,3 metros que tiene forma apuntada en su parte superior y que delante, en la pendiente donde se levantó el monumento, se apoya en dos piedras cilíndricas de tamaño más reducido. “... El conjunto expresa la forma del órgano genital masculino, con un gran pene y los testículos delante, mirando hacia la salida del sol en el solsticio de invierno...”, explica el arqueólogo Arturo Ruiz, profesor emérito y referente internacional en el estudio de la cultura íbera, que ha participado en la investigación en El Fontanar.
El otro elemento descubierto es un abrigo de 6,8 metros de altura de puerta, que representa la forma del órgano genital femenino, con la forma triangular del útero, al que, al disponerle una gran piedra en la parte superior que cierra la entrada de la cueva, le han creado formalmente las trompas de Falopio. Y, al mismo tiempo, una aproximación de las piedras laterales en la parte inferior definen los labios interiores de la vulva.

Momento en el que sombra del falo se proyecta sobre la cueva que representa la vulva femenina, en el soslticio de invierno / Instituto Universitario de Investigación en Arqueología Ibérica

Momento en el que sombra del falo se proyecta sobre la cueva que representa la vulva femenina, en el soslticio de invierno / Instituto Universitario de Investigación en Arqueología Ibérica
El resultado que han podido constatar los arqueólogos es que en el solsticio de invierno el sol sale por el extremo cónico del falo y proyecta la sombra de este hacia la cueva hasta alcanzar en pocos minutos la vulva femenina representada en la parte inferior de la puerta del abrigo, instante en que la sombra comienza su retroceso, al levantarse el sol en el cielo.
El rito del Fontanar forma parte de un mito que se ha podido reconstruir recientemente en la cultura ibera, asociando imágenes como las de la pequeña árula o prisma del oppidum de Puente Tablas en las cercanías de la capital jiennense, los estudios de arqueoastronomía, el paisaje observable en el horizonte y los hitos arquitectónicos de la Puerta del Sol del mismo oppidum.
Según el profesor Ruiz, medalla de oro de las Bellas Artes, de este modo se ha fijado que durante los siglos V-IV a.C., se desarrolló allí la liturgia de un mito, que a grandes rasgos, comenzaba en agosto, en el orto heliaco de Sirio (astro que representaba la diosa), con la llamada al héroe, seguía con el descenso de héroe al inframundo, la catabasis en noviembre, en el ocaso acrónico de la constelación de Orión; continuaba con la egersis o resurrección del héroe en el solsticio de invierno y finalizaba con la hierogamia entre el héroe, ya semidios, y la diosa en el equinoccio de primavera. “...En aquel momento, en la Puerta del Sol, se exponía la estela de la diosa, que se subía la túnica larga hasta la altura del vientre para recibir el sol (el héroe) en su salida matinal...”.
De estas cuatro fases en el valle del Jandulilla de Jaén, que controlaba los príncipes de Iltiraka (oppidum de Úbeda la Vieja), se seleccionaron dos momentos del mito. El primero de ellos es la catabasis que quedó representada con el heroon de El Pajarillo de Huelma, descubierto en 1994, una torre en cuya cima se exponía, un conjunto escultórico que representaba una lupomaquia, la lucha entre un héroe y un lobo, en presencia de leones y grifos, sus protectores (que se conserva en el Museo Ibero de Jaén). Cada ocaso del solsticio de invierno, además se producía un efecto astronómico cuando el sol rodaba por una colina frente a la torre del Pajarillo, configurando el rito de la catabasis, representada primero en las esculturas con el triunfo del héroe sobre el lobo, guardián del inframundo, y después el descenso heroico, con la rodada solar.
El otro momento seleccionado era la hierogamia de El Fontanar, tras haber resucitado ese mismo día, en el orto del solsticio de invierno. La liturgia desarrollada en el recorrido a través del valle del rio Jandulilla debía ser practicada, aprovechando la falsa parada solsticial del sol a fines de diciembre, de sur a norte, desde el nacimiento hasta la desembocadura del rio en el Guadalquivir, ante el oppidum de Iltiraka, siguiendo la narración mítica con las sucesivas paradas de El Pajarillo y el Fontanar.
“... El mito de la catabasis o del descenso al inframundo es un tema mediterráneo que se vincula al nacimiento del héroe fundador que se identifica con el sol, que en su fase nocturna conecta con los antepasados del linaje de los aristócratas regentes y durante el día aporta con su calor y luz la fertilidad a los campos...”, expone Arturo Ruiz. Se conocen estas catabasis míticas o descensos al inframundo en Osiris egipcio, Gilgamesh, Baal o Melkart en el Próximo Oriente; en Odiseo o Heracles, en Grecia; en Eneas, en Roma; y entre los iberos se documenta en los relieves del Heroon de Pozo Moro, en Albacete, en el héroe Nokaki/Oka gracias al árula y ala Puerta del Sol del oppidum de Puente Tablas y en el héroe de Iltiraka, cuya narración se ha podido completar con el descubrimiento de El Fontanar.
El hallazgo del mito ibero del Fontanar queda reflejado en una publicación de la revista científica Complutumen un número en homenaje a Teresa Chapa, catedrática de Prehistoria de la Complutense y arqueóloga que participó en las excavaciones de la necrópolis de Castellones de Ceal y en El Pajarillo. El equipo que publica el artículo cuenta con las firmas de los arqueólogos especialistas en cultura ibera Arturo Ruiz, Manuel Molinos y Miguel Ángel Lechuga, el descubridor del Fontanar, Miguel Yanes, y del arqueastrónomo César Esteban. También han participado miembros del Instituto Universitario de Investigación en Arqueología Ibérica de la Universidad de Jaén (UJA).

Momento del solsticio de invierno / Instituto Universitario de Investigación en Arqueología Ibérico

Momento del solsticio de invierno / Instituto Universitario de Investigación en Arqueología Ibérico
A continuación nos hacemos eco de un resumen, con las alusiones al paraje de EL Fontanar, de la publicación en la revista Complutumen, de la Universidad Complutense de Madrid, suscrito por Arturo Ruiz, Manuel Molinos, Cesar Esteban, Miguel Ángel Yanes y Miguel Ángel Lechuga.
'Paisaje, camino y liturgia en el mito del héroe de Iltiraka'
Arturo Ruiz
Instituto Universitario de Investigación en Arqueología Ibérica. Universidad de Jaén. Campus Las Lagunillas s/n,
Edificio C-6, 23071 Jaén
arruiz@ujaen.es
Manuel Molinos
Instituto Universitario de Investigación en Arqueología Ibérica. Universidad de Jaén.
Campus Las Lagunillas s/n, Edificio C-6, 23071 Jaén
mmolinos@ujaen.es
Cesar Esteban
Instituto de Astrofísica de Canarias. Universidad de La Laguna. Facultad de Ciencias, Sección de Física, 38200
San Cristóbal de La Laguna. S/C de Tenerife
cesteban@ull.es
Miguel Yanes
Ayuntamiento de Jódar. Plaza de España 1, 23500 Jódar
miguelyanes@telefonica.net
Miguel Ángel Lechuga
Instituto Arqueología Mérida. IAM-CSIC. Contratado Juan de la Cierva. Plaza de España 15, 06800 Mérida
miguel.lechuga@iam.csic.es

Imágenes del monumento pétreo / Instituto Universitario de Investigación en Arqueología Ibérica

Imágenes del monumento pétreo / Instituto Universitario de Investigación en Arqueología Ibérica
Resumen: En este trabajo se reinterpreta el heroon (Santuario) de El Pajarillo, en el marco del mito de la katabasis o viaje del héroe al inframundo. Para esta lectura se han realizado estudios arqueoastronómicos y se ha integrado el heroon en un camino de pagus, que sigue las aguas del río Jandulilla. En este nuevo territorio se ha añadido un nuevo hito arqueológico, el Fontanar de Jódar, un monumento pétreo, con la representación de una hierogamia, (es una unión sagrada, que puede referirse a la unión sexual de divinidades en las mitologías, a prácticas rituales donde personas representan a estas deidades, o a la unión de principios divinos en un sentido místico o simbólico), único en la Cultura Íbera.
El Fontanar, nueva clave para la lectura del mito del héroe de Iltiraka
En 2016 conocimos, gracias a Miguel Ángel Yanes, un sitio arqueológico excepcional: El Fontanar.
Es un asentamiento de una larga secuencia estratigráfica que se desarrolló durante la Prehistoria Reciente y la Protohistoria, con fases en ocasiones superpuestas y en otras en estratigrafía horizontal. La secuencia comienza en el Argar, con una etapa intermedia correspondiente al horizonte del Bronce Final del Sureste, análoga a la del muy próximo Cerro de Cabezuelos (Dorado et al. 2015), y una última fase protohistórica que arranca del siglo VII a. n. e. y continúa durante las fases del ibérico antiguo y pleno (Yanes 2021).
Constituye el Fontanar un afloramiento de calcarenitas blancas y calizas algares de altura significativa para su entorno geográfico, al oeste del valle del río Jandulilla y en el término de Jódar.
Según las cotas registradas en la cartografía del IGN lo conforman el Cerro Hernando o Nando de 936 m s. n. m. y el Cerro Fontanar de 835 m s. n. m., alineados en un eje oeste-este, con un puerto entre ambos a 725 m.. El asentamiento arqueológico se dispone en el extremo oriental de El Fontanar, donde desde una pequeña meseta en la cúspide, desciende con diferentes grados de pendiente, hasta una terraza, también en relativa pendiente, que se localiza entre las cotas 680 - 630 m s. n. m. Desde allí continua el descenso, más o menos pronunciado, hasta alcanzar el río Jandulilla.
En el contacto de las calcarenitas con las arcillas basales, mana una importante surgencia conocida como El Fontanar, que debió abastecer a la población del asentamiento desde su ocupación más antigua.
La primera ocupación del Fontanar corresponde a un asentamiento argárico, algunas de cuyas estructuras originales resultan identificables en superficie por encima de la terraza de los 680-630 m. s. n. m. Se reconocen fundamentalmente en dos zonas: la primera en una pequeña meseta que corona el cerro, que debe corresponder a un tipo de acrópolis; la segunda se desarrolla en la ladera del cerro, dispuesta en terrazas que siguen la dirección de las cotas de nivel.
El lugar se ha interpretado como un caso de expansión política de grupos metalúrgicos de la Cultura del Argar, buscando las riquezas mineras de Sierra Morena, donde existen asentamientos paradigmáticos de esta fase como Peñalosa (Yanes et al. 2020). No se han constatado en superficie referencias arquitectónicas del Bronce final o el Hierro antiguo (fase protoibérica), aunque sí hay materiales claros de esos momentos en superficie. Entre ellos, destaca un fragmento de cerámica con decoración excisa, otro gris a torno con decoración de retícula bruñida, un pie de trípode o varios bordes de ánforas, de los que uno corresponde a una pieza engobada del tipo T-10.1.2.1 de Ramón, fechable en el último tercio del siglo VII a. n. e. (Yanes 2021). Este horizonte cultural parece situarse en la terraza de los 680 – 630 m. s. n. m. Si se ha conservado algo de su horizonte estratigráfico y de sus estructuras construidas debe estar bajo las fases correspondientes al ibérico antiguo y pleno (como el hipotético poblamiento argárico que pudiera existir también en esta zona), lo que no parece probable.
Las fases estratigráficas del ibérico antiguo y pleno so n las que nos interesan aquí y dejan observar algunas trazas de su ordenamiento urbano en superficie y también han permitido, en prospección superficial, recuperar fragmentos cerámicos de esta secuencia. Las del ibérico antiguo son reconocibles por la porosidad de sus pastas, un tipo de cocción no compacto, bicromía en negro y rojo en la decoración y asas dobles o de espuerta. Destaca en el conjunto un cuello con borde de vaso tipo Toya, en la tipología de Pereira (1988, 1989), evolucionado tipológicamente de las urnas Cruz del Negro, por la tendencia del cuello a exvasarse. Ello podría fecharlo a fines del siglo VI a. n. e. o inicios del V a. n. e. Sigue a este conjunto un segundo cuerpo de fragmentos habituales en la fase plena, con motivos decorativos sin bicromía y pintado en gama de rojos y con perfiles más quebrados y/o con panel en el borde. Conviven con fragmentos de cerámica ática de figuras rojas entre las que destaca un borde de kylix. No se han documentado fragmentos cerámicos con decoraciones pintadas complejas a compás, ni decoración estampillada, por lo que proponemos que la secuencia del asentamiento pudo no superar el siglo IV a. n. e., finalizando simultáneamente con la crisis y amortización de El Pajarillo. El área que reconocemos ibera, siempre a partir de prospección superficial y fotografía aérea, muestra un núcleo con forma cuadrangular que se percibe por indicadores visuales observables en el mapa de pendientes realizado a partir de datos del proyecto PNOALiDAR del año 2020. Este espacio de 0,73 ha es identificable, más o menos, entre las cotas 670 y 630 m s. n. m. si bien, hacia el oeste podría ascender hasta la cota 680, alcanzando la hectárea. Además, en dirección a la base del cerro, al este y hacia el sur, la ocupación ibera podría ampliarse a 2 ha., pues continúan apareciendo restos de cerámica y hay algunos alineamientos de piedras que, en algún caso, definen posibles aterrazamientos. No obstante, los materiales muebles también podrían proceder de la erosión de las cotas superiores. No se descarta, en esta fase, una ocupación estratégica de la acrópolis argárica, toda vez que en ella se documentan fragmentos de cerámica ibera.

Imágenes del soslticio de invierno y la sombras que se producen / Instituto Universitario de Investigación en Arqueología Ibérica

Imágenes del soslticio de invierno y la sombras que se producen / Instituto Universitario de Investigación en Arqueología Ibérica
El monumento de El Fontanar
En uno de los extremos del área protohistórica de El Fontanar, existe un afloramiento calcáreo de importantes proporciones, aunque muy concentrado en este punto, que destaca en la ladera oriental de la terraza citada, en la cota 651 – 652 del cerro. En particular, llama la atención un monolito rocoso de tendencia cónica, erguido, de 5,3 m. de altura,medidos desde la base de la roca por el lado más bajo y descarnado de la pendiente donde se asienta. Es apuntado en su extremo superior, donde se advierte una mella o acanaladura. Tal monolito está ligeramente inclinado al sureste y se yergue sobre dos rocas pseudo-cilíndricas, también grandes si bien de menor tamaño, que quedan inmediatamente por delante. Más allá de una metáfora, el conjunto sugiere la morfología de un falo pétreo monumental, con el pene erecto algo inclinado hacia adelante y los dos testículos. El falo pudo haber sido colocado en esa posición, si bien la materia prima, idéntica al afloramiento calcáreo de su entorno inmediato, pudo haberse desgajado de tal núcleo de forma natural. Es posible que se tratara manual-mente para obtener ciertos detalles, como su estructura apuntada o la acanaladura en su ápice. De haber sucedido así, fue un trabajo muy sutil que deseó mantener en lo sustancial el aspecto de una roca salvaje, no manipulada, probablemente como expresión telúrica de una presencia sobrenatural. Los ajustes antrópicos, si no en la rectificación física de la roca, es indudable que debieron existir en la composición escenográfica del monumento, con la posición erguida del falo monumental y los dos testículos, cuya disposición adelantada atenúa los procesos erosivos de la pendiente y refuerza la cimentación del falo, anclando, como se verá, la orientación astronómica del monolito pétreo.
Por añadidura, justo detrás del monolito de morfología fálica, concurre una pequeña pero conspicua oquedad abierta en vertical, a modo de abrigo en el afloramiento calcáreo citado. Su estructura tiene una forma muy singular, pues los paneles existentes a uno y otro lado de la cavidad divergen, según ascienden, desde la base del afloramiento calizo, confiriendo a la oquedad la forma de un triángulo invertido. A ello se añade que la parte superior de la oquedad fue taponada con una gran roca desplazada de su localización natural. Esta, al no encajar exactamente entre los dos paneles laterales, dejó abiertos sendos canales que se proyectan hacía arriba en direcciones opuestas. En la lectura que realizamos, tal morfología nos permite proponer que este espacio conscientemente representado habría sido una expresión ‘natural’ de los órganos genitales femeninos, fundamentalmente el útero, caracterizado en la oquedad triangular y con las trompas de Falopioen los extremos de la piedra que cierra el triángulo invertido en la parte superior. Añádase a ello que, en el vértice inferior de la cavidad triangular invertida, hay un pequeño canal, con un ensanchamiento inferior, que representaría en la lectura que realizamos, el cuello del útero y la entrada en la vagina, pues se advierte un cierto engrosamiento en los límites de esta oquedad inferior, que identificaría la vulva del órgano femenino. El conjunto definido desde la base hasta la parte superior de las simuladas ‘trompas de Falopio’ es de 6,8 m y el ancho entre los extremos de estas es de 1,4 m (Fig. 6C). Para el estudio arqueoastronómico de todo este conjunto se ha colocado el teodolito en el punto de Long. 37° 51’ 42.54” N y Lat. 03° 16’ 56.38” O, unos metros al norte de la línea que une la roca vertical, el falo, y la oquedad existente detrás de este, el útero, para tener despejada la zona del horizonte oriental por donde se producen los ortos solares.
El horizonte occidental es invisible desde el punto escogido, pues lo oculta el afloramiento rocoso donde se encuentra la oquedad.
De esta manera, también con el teodolito se midió la posición del centro del sol en tres momentos diferentes, cronometrando con exactitud dichas medidas con la hora proporcionada por el GPS. Gracias a estas tomas se determinó el punto cero de medidas de ángulos horizontales dados por el teodolito, con un error del orden de 0.05° (1/10 del diámetro solar), transformando así los ángulos horizontales medidos con el teodolito a acimuts con respecto al norte geográfico. La declinación correspondiente al astro que tendría su orto en cada cota medida del horizonte se calculó utilizando la latitud medida con el GPS, el acimut y altura medidos con el teodolito, y aplicando la ecuación de transformación de coordenadas horizontales a ecuatoriales. El resultado fue que no se encontró ningún elemento conspicuo del horizonte que coincidiese con algún momento singular del calendario solar, como los equinoccios o solsticios, por lo que podemos afirmar que no concurren marcadores solares definidos en el resto de horizontes visibles desde del sitio. Ahora bien, el orto del solsticio de invierno ofrece unos excelentes resultados en el análisis de los efectos arqueoastronómicos, sin corresponderse, como se ha indicado, con ningún elemento topográfico relevante, pues se verifica, en concreto, sobre la ladera sur de la Morra de las Carboneras. No obstante, se midió con la brújula el alineamiento entre la acanaladura inferior de la oquedad (representación de la vulva o entrada en la vagina), a la altura de la cabeza humana de pie y el vértice superior del falo, que corresponde a un acimut de 117.8°±1.0° (corregido de la declinación magnética, que resulta ser muy pequeña, 0.2°) y que se transforma en una declinación de -22.6°±0.8°.
Se constató un valor muy cercano al de la declinación solar en el solsticio de invierno a mitad del milenio a. n. e. (-23.7°, actualmente es -23.5°, una diferencia inferior a la mitad del diámetro solar). La zona del orto estimada coincide por tanto con lo observado en las fotografías tomadas el día del solsticio de invierno, lo que demuestra que los cálculos son correctos. De hecho, con el análisis arqueoastronómico y las fotografías tomadas en el orto del SI en 2016, inmediatamente detrás del monolito pétreo y delante de la oquedad del afloramiento rocoso, se constataron dos hechos:
1. El sol aparece por la parte más alta del monolito, coincidiendo con la mella o acanaladura de su extremo superior (Fig. 8A fila superior).
2. Además, en esos instantes, se observa como la sombra del monolito, de aspecto fálico, se proyecta en dirección al útero rocoso, llegando su ápice a alcanzar la vulva en la parte inferior de la oquedad.
La conclusión de este análisis es que, durante el orto del solsticio de invierno en El Fontanar, se asiste a una representación simbólica de una hierogamia, completándose el ciclo del mito de Nokaki/Oncagi, con las dos estaciones del valle del Jandulilla estudiadas, de una parte, la katabasis en El Pajarillo y de otro la hierogamia.
A ello cabría añadir la egersis asociada al mismo acto solsticial, pues la fecha de la hierogamia, coincide en este caso también en el orto del solsticio de invierno, y no en el equinoccio de primavera, como sucede en el mito mentesano de Nokaki/Onkagi. Queda por valorar y si es posible resolver, el problema sobre los tiempos del Fontanar que se expresan, como ya se indicó en dos marcos distintos: el tiempo del monumento y el problema ya señalado de la secuencia de los tiempos del mito.
El primero hace referencia a la cronología de la construcción, total o parcial, del monumento y a su uso cultual, y solo podrá quedar científicamente cerrado mediante la excavación arqueológica del mismo. Ahora bien, de entrada, puede proponerse que el monumento difícilmente se adscribe a la fase argárica del Fontanar, ya que ni hay precedentes conocidos de similar naturaleza para la Cultura de El Argar, ni es habitual en esta cultura expresiones del tipo representado en la acción hierogámica.
En la Cultura Ibera tampoco es habitual esta forma constructiva, no así la temática. A partir de la fase argárica, sin embargo, es posible adjudicar el monumento a cualquiera de las etapas que siguen al Bronce Pleno, aunque la última razón expuesta para excluir su vinculación con el asentamiento argárico, podría extrapolarse al Bronce Final, ya que en sus fases estrictamente prehistóricas (previas al contacto con la influencia fenicia u orientalizante), tampoco se han identificado expresiones materiales del tipo aquí representado.
Otro argumento añadido es su limitante carácter aldeano, ya conocido en el próximo asentamiento de Cabezuelos. La cuestión se complica a partir del final del Bronce Final y las primeras manifestaciones locales del Hierro Antiguo. Yanes (2021) ha analizado diacrónicamente la evolución del poblamiento en el territorio de Jódar en los momentos finales de la Prehistoria Reciente e inicios de la Protohistoria. Al tratar el Fontanar, un emplazamiento muy atípico, montañoso y en principio de nulo interés productivo o comercial, propone como hipótesis la relación de los materiales del siglo VII a. n. e. con la presencia del monumento aquí descrito, en correspondencia con la lectura hierogámica propia de la tradición cultural fenicia y, en general, orientalizante.
Muy probablemente en la naciente Protohistoria sea el momento cronológico de los primeros usos cultuales en El Fontanar. Esta lectura podría también extrapolarse al periodo Ibero Antiguo, cuyos materiales son relativamente abundantes en la superficie de la terraza. No obstante, si el monumento se construyó en cualquiera de estas dos fases, como es muy probable, es claro su cambio de funcionalidad litúrgica en el marco mitológico y cultual del Ibero Pleno, desde inicios del siglo IV a. n. e. Es cuando se levantó el heroon de El Pajarillo, en el otro extremo del valle del río Jandulilla y se configuró políticamente el pagus de Iltirakaen dicho valle, integrándose el Fontanar en la narración mítica del héroe fundador, al tiempo que el oppidum nuclear aprovechaba para colonizar la vega del río, fundando un segundo asentamiento, un nuevo oppidum, en la Loma del Perro.
Este último hecho, y una distancia entre ambos sitios inferior a 2,5 km, nos hace sostener, además, que este sitio, El Fontanar, difícilmente pudo existir como oppidum, al menos durante el horizonte pleno ibero. Además de la corta distancia citada, El Fontanar tiene un reducido tamaño tanto si responde exclusivamente al núcleo de 0,73-1 ha., definido por la estructura liminal destacable en el mapa de pendientes en la terraza, como si hubiera alcanzado las 2 ha., pues de ser el núcleo una parte de un asentamiento mayor, sus límites podrían ser, como en el Pajarillo, un témenos que cerraba el área principal de culto. De hecho, El Fontanar coincide además con el Pajarillo, en una morfología común, caracterizada por estar ambos sitios en media ladera y organizados en terrazas y desde luego por el reducido tamaño, que como máximo alcanzaría 2 ha.. Esta lectura llevaría a definir en el pagus, un doble modelo de ocupación representado de una parte en el oppidum, con Iltiraka y Loma del Perro y de otro en la ‘estación de culto’ (santuario o heroon). En el Fontanar esta podría tener un origen más antiguo, sin embargo con el Pajarillo, sería la expresión sacra del nuevo modelo político, el pagus, desde inicios del siglo IV a. n. e. Esta articulación de tipo pagus solamente se desarrollaría por un periodo máximo de 50/75 años, ya que Iltiraka y su territorio acabó integrado en la entidad política del reino de Cástulo, una verdadera estructura de estado, que cobró fuerza territorial durante el siglo III a. n. e. (Ruiz y Rueda 2014; Ruiz 2021) y abrió un nuevo modelo social, con presencia de capas protociudadanas, en detrimento de los linajes gentilicios locales y sus clientelas, definidos en las grandes necrópolis del siglo IV a. n. e. y de los oppida autónomos, en competencia abierta.
A modo de conclusión:los tiempos del mito del héroe fundador ibero y el camino sacralizado por estaciones.
El segundo problema, relativo a la escala de tiempos del mito, debe partir del punto en que lo dejamos cuando con los estudios arqueoastronómicos de El Pajarillo advertíamos una supuesta contradicción en el tiempo de la katabasis, al producirse esta, de una parte, con el ocaso acrónico de Orión el 4 de noviembre en el horizonte más lejano, y de otro en el ocaso del SI, el 25 de diciembre, con el efecto del sol rodante en el cercano horizonte del Cerro de las Canteras. Hemos de llamar la atención, además, sobre la coincidencia de la última de estas dos fechas con la hierogamia de El Fontanar, lo que simplifica el tiempo del mito en una única fecha o jornada preferente, el solsticio de invierno. El caso no es tan simple, porque el solsticio se asocia popularmente al concepto de ‘parada solsticial del sol’. Esta se explica por simples razones geométricas. El movimiento del Astro Rey se ralentiza en la dirección perpendicular al Ecuador por lo que, durante unos días, no parece moverse del punto donde se verifica el orto y el ocaso, como si descansara en su movimiento cíclico anual. Dicho de otro modo, hay un colchón temporal aparente, que puede alcanzar hasta ocho días en los que ante los ojos del observador se repiten los mismos efectos. En nuestra lectura temporal de la liturgia del mito, bastarían tres días para desarrollar la secuencia que llevaría desde el Pajarillo al Fontanar.
1. En la tarde del primer día se verifica el ocaso del solsticio de invierno y el efecto del sol rodante en el Pajarillo.
2. En el segundo día, los peregrinos recorren los 22 km. que separan Pajarillo y Fontanar.
3. En el amanecer del tercer día se verifica el orto del sol sobre el monolito y se produce la hierogamia simbólica;
4. Ese mismo día o al siguiente, los peregrinos que siguieran la liturgia mítica, harían los 8 km que separan Fontanar de Iltiraka, el oppidum nuclear, desconociéndose los ritos que se realizarían en la fase del mito correspondiente al regreso, en el monomito de Campbell (1972).
Es decir, interpretamos que el tiempo que arranca con la katabasis en el Cerro de las Canteras, cerca de El Pajarillo en el solsticio de invierno, es la primera estación en la secuencia litúrgica de un camino, con dos estaciones más, que permiten a los peregrinos completar la narrativa del mito, movilizándose. Esta cuestión abre una nueva vía de lectura del paisaje basada en recorridos mitológicos organizados en el concepto de ‘camino por estaciones’, término que recuerda las estructuras de tipo viacrucis, frecuentes en la tradición cristiana occidental. Esta propuesta coincide con la secuencia horizontal de los paisajes en el territorio, al disponerse las estaciones del camino de peregrinación en los puntos liminales de cada tipo de paisaje lo que tampoco es ajeno a la narrativa del mito. De este modo la primera estación en El Pajarillo, siguiendo siempre la estructura narrativa reconocida en el mito de Nokaki/Oncagi, representa el punto liminal de entrada en el territorio político de Iltiraka, siendo hasta aquí el territorio del ‘otro’. En este paisaje, siguiendo la conceptualización territorial de Godelier (1989), domina la naturaleza salvaje, solamente modificada por la acción antrópica de caminantes, pastores, recoveros y mercaderes entre otros, lo que indica que se trata de una modificación puntual y nunca sostenida por una ocupación antropizada fuerte del territorio. Nada mejor que sea en esa naturaleza no controlada, hasta cierto punto selvática, donde el héroe fundador, en un tiempo mítico anterior, sostenido en la memoria colectiva, realice las pruebas que de superar con éxito, le conducirán a alcanzar la divinización. Desde luego, que mejor prueba que el descenso al inframundo en la etapa del “sol nocturno”, que se desarrolla tras el ocaso solar, cuando el héroe, convertido en sol, teje la red que cose a los antepasados familiares con sus descendientes vivos. Como indica Xella (2004), convierte a los antepasados en los Rapiuma de los textos ugaríticos y los distingue de las sombras maléficas, de los malos muertos. Al mismo tiempo, gracias a Baal y a su estancia en el inframundo, segun Xella, los Rapiuma gozaron de una estancia menos angustiosa en el más allá, al ser honrados por los vivos con oraciones y libaciones, por ser dispensadores de fertilidad, de oráculos y de intervenciones salvadoras. La segunda estación, El Fontanar, se localiza en el punto liminal del camino donde se produce la transición del paisaje de naturaleza modificada dominante al paisaje de naturaleza transformada, donde se desarrolla el mundo rural de agricultores y ganaderos. La fertilidad hace su presentación con el cambio del ocaso al orto y frente a la previa katabasis la nueva estación conmemora ahora, los momentos más felices del mito: la posible egersis del héroesol triunfante y desde luego, la hierogamia con el matrimonio con la divinidad femenina, que tan querida es a la fertilidad agraria. La tercera y última estación culmina la peregrinación, al alcanzar el acceso al paisaje de naturaleza construida del oppidum, se trata del regreso al mundo cotidiano de los vivos, al núcleo del poder político del pagus, aunque desconocemos si con el retorno, se desarrollaban ritos sobre la conmemoración del nacimiento de la ciudad y si en estas fiestas se verificaban otros efectos astronómicos. El camino de la narración mítica en me-didas de días, expresado en las estaciones existentes al atravesar el pagus, sigue una lógica temporal, distinta al camino mítico representado en el horizonte lejano de Nokaki/Onkagi en Puente Tablas, y en cierto modo, en el preámbulo de la katabasis reconocido en el horizonte del héroe de El Pajarillo, hasta el solsticio de invierno (aunque no alcanza una distancia superior a 3 km, frente a los 20 km del horizonte lejano del mito de Nokaki/Onkagi). No obstante, el camino de héroe mentesano y los episodios del héroe de Iltiraka en esta fase inicial de la katabasis tienen un ciclo de tiempo que se desarrolla en meses y no en días, y se expresan en la articulación del recorrido del sol y de otros astros, los hitos geográficos de los horizontes y en la arquitectura. Es un camino visible en su totalidad desde un punto de observación arquitectónico sacralizado, intransitable, además, salvo para los dioses o el propio héroe-semidíos, por esa razón el observador no se mueve de una única posición, que vive como espectador o con acciones rituales mínimas integradas en un reducido circuito, ya sea en torno a una puerta, como en el oppidum de Puente Tablas, o a un monumento turriforme, como en el heroon de Pozo Moro (en este caso faltan los estudios arqueoastronómicos) (García-Cardiel 2008). Por el contrario, el participante del camino por estaciones crea un dialogo entre el paisaje, la narración del mito y su propia práctica de recorrido, que lo con-vierte en peregrino. El contraste de los dos modelos de caminos permite comprender la lógica diferente que sostienen los dos conceptos de tiempo de la katabasis de El Pajarillo. Uno, que se mide en días, es el camino por estaciones, donde lo que importa es la escenificación de la katabasis. Este tiempo se representa en los monumentos, que en el camino actúan como estaciones y se insertan como eslabones en la liturgia de un recorrido, seguramente teatralizado, donde se cumplen metas religiosas, se ejecutan ritos y se celebran fiestas en las que la música y los perfumes envuelven los momentos de celebración. En cambio, el otro tiempo, que se mide por meses y parece actuar como preámbulo en el caso de El Pajarillo, es el tiempo de los dioses. Cada episodio de la acción heroica del mito transcurre entre etapas intermedias y los devotos pasivos ven transcurrir el ciclo mítico desde un observatorio ritualizado. Aquí cabe reconocer la secuencia mítica que desde el horizonte visible de la torre del El Pajarillo se nos propone. Primero, en el ocaso del equinoccio de otoño, la diosa desciende al inframundo, podría caracterizar la llamada sobrenatural del ciclo de Campbell, o la aprobación sancionadora de la diosa al viaje heroico. Algo más de un mes después, el héroe fundador de Iltiraka, personificado en Orión, en el oca-so acrónico de esta constelación (si se valora el interés de asociar este episodio astronómico con la orientación principal de la torre y el tema que en ella se representa) cruza el umbral para entrar en el mundo de los muertos, enfrentándose paralelamente al lobo, guardián de las puertas del inframundo en la escena representada en la torre. Por último, en el ocaso del solsticio de invierno, con la hierofanía representada en el sorprendente desplazamiento descendente y tangencial del sol a lo largo de la ladera del Cerro de las Canteras, se verifica la bajada simbólica del héroe al inframundo, descendiendo de la montaña sagrada como Nokaki/Onkagi lo hace del Pico Almadén, en Sierra Magina. En este punto se abre el camino por estaciones y el modelo de tiempo valorado en meses se convierte en tiempo de días, asociando en una misma unidad litúrgica la estructura narrativa del mito, el camino estacional vincula-do a un pagus, el paisaje geográfico y astral de las estaciones y la extraordinaria arquitectura del heroon de El Pajarillo y el monumento del Fontanar, además, seguramente, de la poderosa fortificación del oppidum de Iltiraka, en Úbeda la Vieja, hoy todavía desconocida.
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