Distopía
El Paso Cambiado de Julián Granado

Morón de la Frontera
No tengo la patente, ya antes lo había dicho alguien: vivimos en una maldita distopía. Una realidad que, solo muy poco tiempo atrás, se habría interpretado como cosa de chiste macabro. El mundo está en manos de un puñado de sádicos, que manejan a su antojo a un tropel de marionetas, llenas de furia y ruido escénico. Las cuales, a su vez, creen ejercer cierta prerrogativa difusa y movediza, que llaman “poder”. No sé si, como dijo el poeta, cualquier tiempo pasado fue mejor. Lo que sé es que el mío, con sus estrechuras y conflictos, desde luego que lo fue. Veníamos de algún sitio y marchábamos hacia otro que ambicionábamos más digno. ¿Puede decir lo mismo de sí este presente cenagoso, en que ha embarrancado la Humanidad? ¿Cuándo nos sentimos peor de la cabeza, viviendo tan divinamente, y tan conectados y tecnificados como dicen? ¿Cuándo, desde que presumimos de civilización, estuvieron tan en peligro los humanos derechos universales a la igualdad y la justicia? ¿Cuándo fue que quebró la legitimidad del Estado, que incapaz de tapar sus vergüenzas recurre al cinismo más descarado?
Y sobre todo: ¿Cuándo se ha encontrado el capitalismo planetario en un callejón hasta tal punto sin salida? Víctima global de sus propias y despiadadas leyes de mercado, que se han vuelto autónomas e intangibles para la mano del hombre de la calle. El cual, ni como consumidor ni como Estado del Bienestar puede hacer nada para que burbujas como el alza de los precios o la carestía de la vida o el envenenamiento del clima no se vuelvan ingobernables. Mientras tanto, la macroeconomía (sinónimo de las grandes cuentas de resultado) va como un tiro, claro que sí, aunque en nuestro pie. Ya lo dijo, mirando en su infalible bola de cristal, el visionario Carlos Marx: que el capitalismo caería, devorado por sus propias e intestinas contradicciones. Lo que no añadió, quizás por no darnos el disgusto, es que iríamos inevitablemente todos detrás




