Sin mapas, sin miedo: la ruta imposible de Antonio Morillas a Santiago
Pinchazos, incendios, soledad y calor extremo no frenaron al ciclista moronense en su viaje improvisado de más de 1000 kilómetros por España y Portugal, guiado solo por la emoción y el deseo de superarse.

Antonio Morillas, vecino de Morón y ciclista aventurero

Morón de la Frontera tiene entre sus vecinos a un auténtico aventurero sobre dos ruedas. Antonio Morillas, aficionado al ciclismo, ha protagonizado este verano una travesía digna de crónica: recorrió en bicicleta más de 1000 kilómetros desde Morón hasta Santiago de Compostela, sin una ruta completamente definida, sin alojamientos planificados y enfrentándose a todo tipo de adversidades, desde incendios forestales hasta una ola de calor sofocante.
Todo comenzó con una inspiración un año antes, en la plaza del Obradoiro. Allí, presenció la emoción de un grupo de jóvenes que acababan de completar su Camino de Santiago. Aquella imagen se le quedó grabada y, movido por esa misma emoción, Antonio decidió emprender su propio camino. Pero no uno cualquiera.

Antonio Morillas, comienza su aventura desde la Iglesia de Compañía de Morón el día 2 de agosto

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Su ruta, absolutamente personal, incluyó etapas como la Vía de la Estrella, un recorrido poco conocido entre Cáceres y Portugal, sin señalización y prácticamente sin peregrinos. De hecho, recorrió 400 kilómetros sin cruzarse con nadie, una soledad que lo llevó a rozar el abandono tras una noche de vómitos, agotamiento y desesperanza. Aun así, no tiró la toalla.




“Ese día pensé que me volvía a casa”, cuenta Morillas, “pero descansé, me recuperé un poco y seguí. Fue justo después cuando descubrí una vía verde hasta Oporto, que me cambió el cuerpo y la mente”. Ese tramo, una antigua vía de tren, fue un “regalo” que lo impulsó a seguir pedaleando.
Su viaje estuvo plagado de dificultades: nueve pinchazos en catorce días, más de 1.500 metros de desnivel acumulado en una jornada, escasez de agua que lo llevó a beber de albercas y chorros de roca, y temperaturas extremas que lo obligaron a pedalear de noche, saliendo muchas veces antes de las 4 de la mañana. “La mitad de los kilómetros los hice de noche, con linterna”, relata.
Tampoco faltaron momentos críticos como los incendios en Portugal, que rodeaban las montañas que atravesaba, ni la odisea del regreso, cuando el fuego y el colapso del transporte le impidieron encontrar un coche o tren disponible. Finalmente, regresó a casa enlazando trenes hasta Oporto, donde lo recogió su padre.
Lo que Antonio no planeó ni esperaba era el impacto emocional del viaje. “Cuando llegué a Santiago y me senté al lado de mi bicicleta frente a la Catedral, sentí la emoción más grande de mi vida. Era algo que tenía que vivir”, reconoce. También destaca el reconocimiento que ha recibido al volver: “Me ha gustado mucho sentir admiración de los demás. Incluso gente que ha hecho cosas más locas que yo ha valorado lo que hice”.


Esta aventura demuestra que a veces no es necesario tener todo bajo control para lograr algo grande. Morillas no sólo cruzó medio país en bicicleta con pocos recursos y sin apoyos logísticos, sino que también exploró sus propios límites, enfrentó sus miedos y salió fortalecido.


Como le escribió una amiga al volver: “Capturaste no solo la esencia física del viaje, sino el espíritu inquebrantable de quien pedalea contra el viento, sube montañas y transforma cada kilómetro en una lección de vida”.
Y aunque el viaje acabó el 15 de agosto, Antonio ya tiene claro que habrá más. Porque hay aventuras que, una vez vividas, no se pueden olvidar… ni dejar de buscar.




