Cuando vendemos el alma

Córdoba

Dice nuestro académico diccionario que el alma es el principio que da forma y organiza la vida, la sustancia o parte principal de cualquier cosa. En una ciudad conviven muchas almas, que también recoge la rae como sinónimo de vidas humanas, de personas, que sin duda son la base fundamental de un municipio, sus gentes. Pero también hay un alma, en abstracto, como el ambiente, las tradiciones o el clima, o en concreto, que a mi modo de ver es su casco histórico. Todo lo que se ha construido a partir de 1940 en el mundo es prácticamente idéntico. Los nuevos barrios de bloques, parques y servicios que sin duda han aumentado nuestra calidad de vida se han diseñado calcados, de forma que uno no sabe al pasear por ellos si está en Pamplona, Murcia o Valladolid. Pero todos reconocemos como de forma inconfundible la plaza Mayor de Salamanca, la puerta de Alcalá de Madrid o el Albaicín de Granada. Porque son identitarios, porque son únicos. Porque son su alma.

En 2025 cuatro históricos inmuebles de nuestra ciudad se están destinando a transformarse en hoteles. El palacio de los Guzmán del Realejo -que se hizo famoso por las bombas encontradas de la Guerra Civil- la casa de los Luna de San Andrés -que aún tardará en empezar su reforma-, la mansión de la plaza Séneca y otra que abarca casi la mitad de la calle Cabezas, ya bastante intervenida. No llegan a media docena los inmuebles de valor patrimonial que quedan habitados en nuestro casco histórico. El resto han sido adquiridos por las administraciones públicas o destinados a cubrir necesidades turísticas, que siempre será un mejor destino que la demolición que sufrieron otros tantos. Y probablemente sea un proceso tan irreversible como sin alternativas. Solo cabe reflexionar, y reivindicar un discreto derecho a pataleo, si acaso no estamos vendiendo el alma de Córdoba, a cachitos, poquito a poco, y un día nos daremos cuenta de que la hemos perdido para siempre