Pereza

Morón de la Frontera

El yerno de Carlos Marx, Paul Lafargue de nombre, escribió un curioso libro titulado “Elogio de la pereza”, por cierto condenado por los propios marxistas de la época, escandalizados ante el caso de un camarada partidario de la vagancia. Imagino que a Lafargue no lo habrá leído esa lumbrera del empresariado español que es Garamendi. Ese, como mucho, le habrá echado un vistazo entre comida de empresa y consejo de administración a Milton Friedman y otros pensadores de la economía neoliberal, favorables al uso del látigo para con la grey obrera, y que produzca como es debido en lugar de perder el tiempo con jeremiadas y reivindicaciones salariales. Es una lástima que Carlitos Alcaraz, ese modelo laboral de esfuerzo diario, no haya escrito todavía sus “memorias de un tenista adolescente”. En cuanto lo haga, no dudo de que el jefe de la patronal será el primero en hacérselo enviar, para recomendarlo con razón y conocimiento de causa. Evitando siempre y cuidadosamente relacionar la cultura del sudor diario con la de las tablas salariales de Wimbledon, ante las cuales se esforzaría cualquiera, por flojo que fuese.

Pero, antes de negociar la reducción de la jornada laboral, Garamendi haría bien en leerse, aunque con asco, ese canon del adversario que es el Elogio de la Pereza, aún vigente en las demandas de nuestro moderno proletariado. Ya en su época, Lafargue sostenía que el obrero, carente de capital, medios de producción e influencia política, solo contaba, para defenderse de la explotación, con su fuerza de trabajo, que era libre de administrar a su criterio. Y si un buen lunes decidía pasarlo al sol, disfrutando del aire libre, en lugar de perderlo encerrado en un taller o un autobús o un supermercado…, ese día habría perdido el tren del aburguesamiento, ciertamente. Votando por no cobrar, sí. Tal vez por morirse de hambre como los pobres gazatíes, sin merecerlo. Pero, también ese día, el capital (que no somos todos) se habría quedado sin fuerzas de trabajo que produjesen bienes. Y lo que es peor, sin consumidores que los consumieran. Y habríamos atascado la rueda maldita del progreso. Y entonces se desplomaría el mercado, y por fin se acabaría la lucha de clases, por agotamiento de los luchadores.