'Yo sabía el riesgo, pero no podía mirar hacia otro lado' El malagueño Manuel García relata su detención en Israel tras participar en la flotilla

Málaga

Los dos activistas malagueños de la flotilla solidaria con Gaza han llegado hoy a Málaga tras ser liberados por las autoridades israelíes. Uno de ellos es Manuel García, de 77 años, histórico sindicalista malagueño, que participó en la expedición humanitaria interceptada por el ejército de Israel cuando intentaba llevar ayuda a la Franja.

La misión, que pretendía romper el bloqueo israelí sobre la Franja, terminó con la detención de sus tripulantes y varios días de encarcelamiento en Israel. Este malagueño ha contado con todo lujo de detalles su experiencia en el programa Hoy por Hoy Málaga, tras llegar a la capital esta misma mañana en un tren procedente de Madrid. Ya puedes escuchar su testimonio.

“Mi compromiso sindical y político de toda la vida era de solidaridad internacional”, explica Manuel. “Ya había participado en acciones de solidaridad con Palestina”, añade, recordando los motivos que le llevaron a embarcarse en una travesía “muy dura” a bordo de barcos “viejos, incómodos y comprados de segunda mano”.

Según su testimonio, la navegación estuvo marcada por momentos de gran tensión. “Nos mandaban drones de observación por la noche y durante el día, y luego han estado bombardeando con bombas incendiarias y explosivas distintas embarcaciones”, relata. Asegura que no hubo víctimas “porque midieron la presión internacional”, pero denuncia que Israel “no puede prohibir el paso por aguas internacionales por una decisión unilateral”.

La operación militar culminó con el abordaje de las embarcaciones y la detención de sus ocupantes. “Nos abordaron a las diez de la noche. Estuvimos sentados en cubierta, en proa, apretados unos contra otros, hasta las doce de la mañana del día siguiente”, recuerda.

Ya en tierra, el trato fue “mucho peor”. “Nos hicieron ponernos en cuclillas, con la cabeza mirando al suelo. Al que se movía, le daban un puñetazo o una patada”, denuncia Manuel, que cuenta cómo el ambiente se agravó cuando el ministro de Defensa israelí “quiso hacerse una foto con unos judíos norteamericanos de la flotilla” y éstos “le escupieron en los zapatos”. “A partir de ahí, el trato fue muchísimo peor”, asegura.

Tras horas de espera, fueron trasladados a una prisión “en el desierto del Negué, más al sur de Gaza”. Manuel pasó allí cuatro días “hacinado en celdas de 20 metros, con un retrete y un lavabo mínimo”. “Teníamos que beber agua del lavabo. Había cuatro literas para ocho presos, y los demás dormían en el suelo”, relata. La comida, dice, era “un vasito de té y algunos trozos de verdura y tomate sin aliñar”.

Pese a la dureza de la experiencia, Manuel defiende el sentido de la misión: “El significado es que hay niños muriéndose de hambre en Gaza. Están utilizando el hambre y la fe para humillar y rendir a un pueblo que no quiere irse de su tierra”.

Ya en casa con su familia, el sindicalista reflexiona con serenidad: “Yo sabía dónde iba y el peligro que entrañaba. Ahora me lo tengo que pensar, porque ya soy mayor, pero si algo tengo claro es que no podemos mirar hacia otro lado” apostilló.