La calle es suya

Córdoba

Estos días me he tomado muy en serio las noticias de la prensa y esa amable invitación a ajo y agua de la Policía Local que aún adorna la puerta de algunas cocheras. Abandoné la ciudad antes de que un nuevo caso de ocupación masiva de la vía pública por parte de hermandades y cofradías me enclaustrara en un Casco en el que, a pesar de los pesares, nos empeñamos en seguir viviendo. Gracias a esa decisión vuelvo descansada y contenta porque el sábado lo pasé en la playa, y no gruñendo por no poder entrar a casa.

Tampoco puedo enfadarme a través de la crónica de los que se quedaron, porque a decir verdad los que no quisieron participar de la Magna tampoco se cruzaron a ninguna de las 34 hermandades ni a sus bandas correspondientes ni a las centenares de personas que las esperaban por las esquinas: decidieron ver una peli en casa o hacer planes extramuros, allá donde no llegan los tambores ni los petardos ni los dispositivos de seguridad ni los desvíos de líneas de Aucorsa.

Tal vez ese sea el verdadero camino para la convivencia: dejar que unos se apoderen del centro y de los recursos públicos, y que otros se quiten de en medio para dejarlos hacer. Igual que hacemos todos los años en Semana Santa, pero en vez de una semana al año, más o menos consensuada por todos, cada vez que sea el aniversario de una coronación o el cumpleaños de un santo o cualquier detalle del calendario que justifique cortar una calle, colgar una guirnalda o lanzar un cohete. O cuando sea necesario paralizar la ciudad para celebrar un evento canónico que en la teoría solo ocurre una vez cada 600 años, pero que en la práctica vuelve en los sucesivos con otros nombres y otros pretextos y otros argumentarios. Otra sagrada demostración de poder que llena mi barrio de flores y de pancartas en las que en todos los "vivas" a la Virgen se esconde el mismo recordatorio: "La calle es nuestra, por más que los impuestos los estés pagando tú".