Poesía en la basura
La opinión de Andrés Recio

Morón de la Frontera
Todos lo hemos visto alguna vez. Algún indigente buscando en los contenedores comida, utensilios, cachivaches, ropa, etc., pero no libros, al menos que se sepa. Está claro que siempre privó mucho más el sustento alimenticio y material que no el intelectivo o el espiritual... El hombre primero fue cazador, solamente buscaba una pieza con la que llenar la panza, un arroyo de agua fresca y una buena sombra de higuera dónde entregarse en los brazos de Morfeo a digerir sus alimentos entre eructos y escapes inferiores. Pero todo evoluciona. Y desde el momento en el que aquel ser de flechas y piedras talladas descubre las semillas, el arado y la escardilla se establece, se detiene en su deambular y se identifica con un paisaje, con un cielo y una tierra concretas. Ya hay más tiempo para pensar, el alma emerge a un primer plano y necesita tanto sustento como el cuerpo, sustento de dioses, de historias, de fábulas que expliquen su paso y estancia en este mundo. Nacen los signos y la escritura, "/pedradas negras se engendran en tu máscara y la rompen/", diría César Vallejo.
Un querido amigo afincado en Málaga me envió un par de fotos de algo que muy posiblemente también todos hayamos visto alguna vez: unos cuantos libros abandonados al lado de un contenedor de basura. En una de las fotos aparecen, concretamente, sendos ejemplares de Antonio Machado y de Benito Pérez Galdós (poca cosa, Mari Rosa). Y ahí es donde radica el drama de una imagen aparentemente tan simple: unos libros olvidados en ese lugar reservado al depósito de los detritos humanos, de las sobras, de lo que ya no sirve y carece de toda funcionalidad personal o social. ¿En serio, Eleuterio? ¿Tan sobrados vamos y yo con estos pelos?
"Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera", pedía Dostoievski a su familia desde su cárcel de Siberia; y podemos recordar aquí también las palabras pronunciadas por Lorca en 1931, en la inauguración de la biblioteca de su Fuente Vaqueros querido: "No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro". Pero para ir acabando voy a dar sosiego a mi corazón escéptico y acongojado pensando que alguien dejó esos libros en la basura sabiendo que es entre la basura, o entre las llamas -como en tantos episodios históricos, incluyendo la “limpieza” que en la librería de don Quijote hacen el cura y el barbero - donde los libros alcanzan su mayor dignidad, su verdadero poder de arma revolucionaria, su auténtica simbología que comunica que por debajo de la razón y la palabra sólo habitan la decadencia, la basura y la miserabilidad.




