Después de la lluvia

Sevilla

Llueve fuerte en Andalucía, justo un año después de la tragedia de la DANA de Valencia, que se llevó 229 vidas, arrasó pueblos y dejó una herida profunda en la confianza ciudadana.

La imagen de Carlos Mazón en el funeral de las víctimas es indigna, insultante y políticamente insoportable, incluso para muchos de los suyos.

Cada día que sigue en el cargo, Mazón no solo carboniza su propia figura y daña la imagen del PP de Feijoo, sino que su sombra se proyecta como una mancha tóxica más allá, a otros territorios donde lidian con sus propias tormentas, como los cribados del cáncer de mama en Andalucía.

Dos territorios distintos, dos crisis muy diferentes, pero una misma sensación de fragilidad, desamparo y desconfianza.

En Andalucía el Gobierno de Juan Manuel Moreno parece transitar por las conocidas tres fases del duelo.

Primero la negación, esos 3 ó 4 casos que acabaron siendo más de 2.000, esa falta de reflejos y de empatía ante las víctimas.

Luego ha llegado la rabia, el error mayúsculo de atacar precisamente a las mujeres con cáncer que han destapado el problema.

Va tocando la tercera fase, la aceptación. Explicar de verdad qué ha pasado, asumir los errores, reparar los daños y pedir perdón. Aceptar significa también dar las gracias a quienes alertaron del problema, no convertirlas en el enemigo.

Un mes después, el Gobierno andaluz sigue sin explicar de manera clara qué falló, mientras anuncia una lluvia de promesas de inversión para la sanidad, por otra parte más que necesarias y bienvenidas.

Pero la verdadera política es algo más, y mientras oímos ya el tic tac electoral, se va acabando el tiempo para demostrarlo.