Narcisismo Maligno

El Paso Cambiado de Julián Granado

31.10.25 Julián Granado

Morón de la Frontera

Hace cosa de un siglo, los padres de la moderna psiquiatría ya mencionaban un síndrome bastante virulento que bautizaron como “narcisismo maligno”. Basándose en los patrones de la mitología griega, que conoce el alma humana mucho mejor que la religión, se describía en los anales al narcisista maligno como un perfecto psicópata, pagado de sí mismo hasta extremos de delirio. Un enfermo mental al que le faltaba siempre espejo para abrazarse; que no se cortaba a la hora de hacer el más escandaloso ridículo escénico con alguna de las cagadas de su cerebro en forma de tubo digestivo. Y un maniático para conjugarlo todo en primera persona, especialmente los posesivos. Dotado de un escalofriante sentido del desprecio por las otras personas gramaticales. Salvo por la primera del plural, el “nosotros”. Aplicada al selecto grupito de los que piensan como él. A su vez subdividido en dos categorías: la A, los iguales a los que admira (entiéndanse sus friends, los Elon Musk y los Bibi Netanyahu, con los que tarde o temprano terminará a la greña); y la B, los lacayos que le van lamiendo las pisadas, y a los que secretamente desprecia más aún que a los enemigos.

El problema que plantean estos especímenes de zoológico es su extraordinaria peligrosidad social. El mundo, de hecho, se habría ahorrado mucha sangre y calamidad si los hubiera recluido en manicomios, o eliminado como a tantos inocentes en guerras ciegas e injustas. O hubiese truncado su crecimiento y desarrollo con uno de esos virus que tanta mortalidad infantil producen. Pero no parece sino que Dios empatizara con esos monstruos. Que sobreviven a atentados, que se escurren entre los dedos de la justicia y del infortunio, que reciben la inmerecida adoración del electorado. Pero, ¡ay!, los narcisistas malignos, como paradigmas freudianos que son, cuentan entre sus incontables infantilismos con un complejo de Edipo como una catedral. Su madre, la que mejor los conoce por haberlos parido, puede llegar a quererlos, pero nunca a admirarlos como ellos desearían. De hecho, dicen que la señora Trump comentaba a sus amigas en las reuniones de tupper: “¡Que Dios salve a América si al gilipollas de mi hijo le da por la política, y se empeña en llegar (hablo por hablar), por ejemplo…, a Presidente. ¡Oh my God, qué horror!”