Cuando Arahal sembró su identidad: la historia olvidada de los “hazas” en el siglo XIX


Arahal
Rafael Martín Martín, cronista oficial de la Ciudad - COMENTARIO Nº 88

Rafael Martín Martín, cronista oficial de la Ciudad - COMENTARIO Nº 88
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
La investigación sobre nuestro pasado siempre nos depara sorpresas: acontecimientos inesperados, situaciones curiosas y hallazgos que arrojan nueva luz sobre nuestra historia. Hoy quiero compartir con ustedes uno de esos descubrimientos: en un censo del siglo XIX, concretamente el de 1867, aparece una denominación muy peculiar para una profesión —los hazas—, un término que sólo figura en ese documento y que parece estar relacionado con una discreta reforma agraria llevada a cabo en la segunda mitad de la década de 1860. Es posible incluso que el término “ haza” fuera el precedente del término “mallete”, vocablo muy propio de nuestra localidad, que se refiere a un propietario agrícola de poca extensión de tierra.
El censo de 1867 marcó un antes y un después en la historia de Arahal. Fue realizado durante la alcaldía de don José Manuel Sánchez y, además de los datos habituales —nombre, estado civil y lugar de nacimiento—, introdujo dos apartados novedosos: uno dedicado a las profesiones y otro al nivel de alfabetización de los vecinos.


Fotografía del archivo fotográfico de Alfonso Pereira
Gracias a esta información, podemos asomarnos a la vida económica de la época y comprender cómo se entrelazaban la agricultura, el comercio y la incipiente industria en el día a día de la localidad. Conocer las profesiones de sus habitantes nos permite entender mejor cómo contribuía cada sector al bienestar de la comunidad.
Este censo de 1867 refleja, además, el esfuerzo de las autoridades locales por obtener una visión más completa y precisa de la realidad arahalense. Su metodología más detallada convirtió el documento en una herramienta valiosa para estudiar la estructura social, económica y educativa del municipio, así como las condiciones de vida y las oportunidades de sus gentes.
Entre las profesiones registradas, destaca precisamente la de los “hazas”, junto a jornaleros, hacendados, zapateros, sirvientes, sanitarios, fuerzas públicas, profesionales liberales y otros muchos oficios. Una clasificación minuciosa que nos ofrece una auténtica fotografía social de aquel tiempo.
En definitiva, el censo de 1867 nos devuelve la imagen de una Arahal viva y diversa, justo en el último año del reinado de Isabel II y en vísperas del llamado Sexenio Democrático (1868–1874), un periodo que dejaría su huella en la historia de España.
En El Arahal, durante la segunda mitad del siglo XIX, la vida cotidiana de sus habitantes estaba marcada por la dificultad y la transformación. Los ecos de los sucesos de 1857 todavía resonaban: el pueblo cargaba con la estigmatización de aquellos hechos y, al mismo tiempo, sufría problemas internos que afectaban su administración. El Ayuntamiento se encontraba desbordado, con documentos extraviados, contribuyentes que desaparecían y presupuestos municipales en permanente déficit. La economía local estaba débil, y la población, en condiciones muy lamentables. Esta fragilidad se vio intensificada en los primeros años de la década de 1860 por episodios climáticos adversos que arruinaron las cosechas, provocando hambre y escasez.
La crisis no fue breve; se extendió durante casi una década, afectando de forma directa a la producción agrícola. Los grandes hacendados tuvieron que asumir un papel activo, apoyando a los trabajadores que carecían de tierras o poseían solo pequeñas parcelas, mientras que el Gobernador civil y el Ayuntamiento promovían medidas de ayuda: se intentaba facilitar alimentos, especialmente pan, y mejorar infraestructuras locales para sostener a la población más vulnerable. En los caminos, era habitual ver a los jornaleros caminando desde aldeas vecinas hasta los cortijos, con sacos al hombro, dispuestos a trabajar donde fuera necesario para ganar unas monedas y llevar algo de alimento a sus familias.


Fotografía del archivo de Alfonso Pereira
En medio de este panorama, D. Mariano Téllez Girón, duodécimo Duque de Osuna, emprendió desde 1863 una reforma agraria discreta pero decisiva. Sus tierras aún ocupaban buena parte del término municipal, y su propuesta consistió en modificar el sistema de arrendamiento, dando a los labradores un acceso más directo y estable a la tierra. Esto cambió radicalmente la relación de los campesinos con sus parcelas: dejaron de ser simples braceros que trabajaban por jornal para convertirse en pequeños colonos arrendatarios, con responsabilidad sobre su propio trozo de tierra.
Una vez que iban venciendo las grandes explotaciones agrícolas arrendadas a grandes hacendados, se procedía al arrendamiento de tierras a los colonos, como ocurrió en fincas como el cortijo de Perafán de 513 fanegas, Bacialjófar u otros cortijos, estimándose en alrededor de 4.500 fanegas la que fueron objeto de reevaluación. Ello supuso la presencia de mil doscientos veintisiete colonos que asumieron el arrendamiento de pequeñas propiedades de entre dos y cuatro fanegas, conocidas como hazas, que según la RAE es una porción de tierra labrantía o de sembradura y a los que, en vez de reflejarlos como jornaleros en el censo de 1867, lo incluyeron con la misma denominación de hazas por su relación de contigüedad, concretamente aplicando lo que en el lenguaje retórico se entiende por metonimia. Este simple detalle documental reflejaba un cambio profundo en la sociedad local: los colonos, aunque modestos en recursos, eran reconocidos por su relación directa con la tierra, formando así en el citado censo una nueva clase social hasta ahora desconocida en esta villa.


Paisaje de olivares en El Arahal
Estos nuevos pequeños agricultores, que fueron conocidos, más tarde como malletes, transformaron la vida del pueblo. Con sus parcelas, podían cultivar lo necesario para alimentar a sus familias , diversificar sus ingresos y mitigar los efectos de las malas cosechas o las crisis económicas. Se estableció un delicado equilibrio entre ellos y los grandes arrendatarios, que necesitaban mano de obra estable para mantener sus fincas. Las relaciones sociales se reorganizaron: los hazas compartían técnicas de cultivo, intercambiaban semillas y colaboraban en la siega, la vendimia o la recolección de la aceituna, creando una red de apoyo mutuo que fortalecía la comunidad.
La vida diaria de un haza estaba marcada por el esfuerzo constante: levantarse al amanecer, preparar los aperos, atender el ganado, arar la tierra y sembrar o cosechar según la temporada. Sus familias, a su vez, participaban activamente: las mujeres gestionaban los huertos familiares, elaboraban pan y conservas, y cuidaban de los niños, mientras los hijos mayores ayudaban en las tareas agrícolas. Esta rutina, repetida día tras día, consolidó un sentido de pertenencia y resiliencia que caracterizó a esta nueva clase social.


Fotografía del archivo de Alfonso Pereira
Con el tiempo, en censos posteriores, los hazas dejaron de figurar bajo la esta denominación y pasaron a integrarse con los jornaleros, ya que sus parcelas eran pequeñas y compartían trabajo en las grandes fincas. Ellos se sumaban a un contingente importante de jornaleros, alrededor de 734 personas, que representaban el 25,5% de la población activa y desempeñaban un papel crucial en el sostenimiento de la economía agrícola.
Así, el proceso de redistribución de tierras iniciado durante la administración del Duque de Osuna marcó un antes y un después en El Arahal. No solo reorganizó la propiedad de la tierra, sino que también dio origen a nuevas estrategias de subsistencia, estableció relaciones sociales más sólidas y permitió que los pequeños agricultores alcanzaran estabilidad económica y reconocimiento social. A lo largo de la Restauración y durante el siglo XX, estos cambios consolidaron a los hazas, quizás origen de los conocidos como malletes, como una clase social de relevancia en la vida agrícola del pueblo, transformando su paisaje rural y fortaleciendo su identidad colectiva.
En definitiva, la transformación que vivió El Arahal durante este período no solo reorganizó la propiedad de la tierra, sino que también redefinió las relaciones sociales y económicas del municipio. Lo que comenzó como una redistribución de parcelas se convirtió en un cambio profundo: los malletes pasaron de ser jornaleros dependientes a pequeños colonos con cierto control sobre su trabajo y su subsistencia, asegurando la estabilidad de sus familias y fortaleciendo la cohesión de la comunidad. Esta experiencia demuestra cómo decisiones locales, aparentemente discretas, pueden generar impactos duraderos, convirtiendo la pequeña propiedad y el esfuerzo cotidiano en ejes fundamentales de la economía, la cultura y la identidad de El Arahal, y sentando así las bases de su desarrollo futuro.

Sonia Camacho
Sonia Camacho es directora de Bética de Comunicación y fundadora de Estudio 530. Comunicadora andaluza...




