Fernando Fabiani: "Querer resolver el malestar emocional de manera rápida no suele funcionar, a veces toca estar mal"

En España, los tranquilizantes y somníferos se han convertido en una de las sustancias más consumidas por la población en general. Según la Encuesta sobre el uso de drogas en enseñanzas secundarias, estos fármacos ocupan el cuarto lugar en el ranking de consumo entre jóvenes de 14 a 18 años, solo por detrás del alcohol, el tabaco y el cannabis.

Pero si analizamos el consumo en población general, revela que casi un 10 % de los españoles entre 15 y 64 años toma ansiolíticos, benzodiacepinas o hipnóticos. En los últimos 18 años, el consumo de tranquilizantes en adolescentes se ha triplicado, lo que plantea serias preguntas sobre el acceso, la prescripción y la automedicación en este grupo de edad.

Aunque los mayores de 65 años siguen siendo los principales consumidores, el aumento se da, según Fernando Fabiani que nos ha acompañado en Hoy por Hoy este lunes, "personas con soledad no deseada y gente que esta en paro" por ejemplo. En el mercado español existen más de 35 presentaciones comerciales de hipnosedantes, lo que facilita su disponibilidad y, en muchos casos, su uso sin supervisión médica: "Muchas veces somos los médicos lo que tenemos la pluma rápida, nos tenemos que parar para ver dónde está el problema".

Los hipnosedantes tienen efectos conocidos: sedación, alivio de la ansiedad, relajación muscular, y en algunos casos, amnesia. Pero también conllevan riesgos graves. Las benzodiacepinas, por ejemplo, poseen un alto potencial adictivo. A medio plazo, pueden generar dependencia y confusión mental. A largo plazo, el abuso continuado puede derivar en trastornos respiratorios, problemas cognitivos permanentes, urticaria, dificultad para tragar, y alteraciones neurológicas.

Entre los efectos secundarios más comunes se encuentran la somnolencia, temblores, visión borrosa, taquicardias, disfunción sexual, alteraciones del ciclo menstrual y problemas de coordinación. Estos síntomas no solo afectan la calidad de vida, sino que también son causa frecuente de caídas, accidentes domésticos y de tráfico.

El crecimiento del consumo de hipnosedantes plantea interrogantes sobre el papel del sistema sanitario, la educación emocional en jóvenes y el acceso a tratamientos psicológicos. ¿Estamos medicalizando el sufrimiento? ¿Se está normalizando el uso de psicofármacos como solución rápida?

La respuesta no está solo en restringir el acceso, sino en promover alternativas terapéuticas, mejorar la educación emocional desde edades tempranas y garantizar que el uso de estos medicamentos esté siempre supervisado por profesionales.