Cuidado con las Familias

La semana pasada se viralizó una intervención de la actriz Julia de Castro en la que abogaba por abolir la familia tradicional porque, según ella, no estaba funcionando. Esa misma semana leí una noticia que decía que el 35% de los españoles cuida regularmente de un familiar que ha perdido su autonomía. Poca duda cabe de que una parte importante del Estado de bienestar reposa sobre estas familias que asumen el peso del cuidado, entre otras cuestiones, porque el Estado fracasa a la hora de ofrecer estructuras de cuidado institucionalizadas.

Aparte del cuidado y de la crianza, la familia es la encargada de dotar a sus miembros del dispositivo narrativo necesario para que aprendan a contarse y a contarnos a través del relato biográfico. Frente a las narrativas autobiográficas, donde el sujeto se exhibe a sí mismo de manera constante buscando una valoración de sí meramente individual, la familia es el lugar donde uno comienza la construcción identitaria por medio del relato comunitario. No podemos olvidar, como afirma el filósofo Axel Honneth, que la familia es la primera esfera de reconocimiento indispensable para la identidad.

La familia contemporánea, además de su genealogía, se define también por la calidad de sus vínculos, por cómo distribuye cuidado, cómo protege la intimidad, cómo se transmite un legado, o cómo gobierna su tiempo. Un tiempo que adquiere otra dimensión cuando la maternidad o la paternidad hacen acto de presencia. Ser madre/padre supone dejar de ser el centro del tiempo; significa dar la vida a otro más allá de toda medida del yo, descentrarse.

En un periodo en que todo el mundo quiere ser el centro de atención, urge preguntarnos quién cuidará de la familia. Porque si la familia se convierte en la gran excluida de nuestra agenda, el edificio social podrá lucir revestimientos de gran belleza estética, pero temblará ante la primera grieta ética que aparezca.

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