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Custodios del deber: así nació la seguridad en Arahal

Un viaje por la historia de quienes vigilaron caminos, cuidaron cosechas y mantuvieron la paz en una Arahal que empezaba a construir su identidad

Cuartel de la Guardia Civil (años 1940-1970) Foto del Archivo de Alfonso Pereira

Cuartel de la Guardia Civil (años 1940-1970) Foto del Archivo de Alfonso Pereira

Arahal

Rafael Martín Martín, cronista oficial de la Ciudad - Comentario nº 88.

Rafael Martín - Comentario 90 - Cuerpos seguridad Arahal

Rafael Martín - Comentario 90 - Cuerpos seguridad Arahal

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Hoy quiero sumarme al merecido reconocimiento ante la propuesta del Excmo. Ayuntamiento de Arahal de la concesión de la Medalla de Oro a los cuerpos de seguridad —la Guardia Civil y la Policía Municipal—rememorando aquel período en el que estas fuerzas, a las que he titulado Custodios del deber, iniciaron su recorrido y su historia aquí, en nuestra Ciudad.

La seguridad ciudadana siempre ha sido una de las mayores preocupaciones de quienes han gobernado nuestros pueblos y ciudades. Ya en la Baja Edad Media, cuando Arahal comenzó su historia en el siglo XIV, la protección del territorio dependía de la estructura feudal. Los guardas de campo eran entonces los verdaderos héroes: vigilaban las tierras agrícolas, protegían las cosechas y se enfrentaban a los montaraces, esos cazadores furtivos que trataban de vender sus presas en los pueblos cercanos.

Con el paso de los siglos, la organización fue evolucionando. A partir del siglo XVI, la seguridad local pasó a ser responsabilidad compartida entre los alcaldes ordinarios y los corregidores, y en las localidades con mayor población —como la nuestra— comenzaron a actuar alguaciles, serenos y rondas nocturnas encargados de mantener el orden. Los guardas de campo siguieron siendo figuras esenciales en las zonas rurales, y con las reformas borbónicas adquirieron aún más relevancia, al convertirse en auxiliares de la justicia bajo la autoridad de los alcaldes.

Ya en el siglo XIX, la inseguridad rural —marcada por el bandolerismo, el contrabando o los conflictos agrarios— superaba la capacidad de esas fuerzas locales. Fue entonces cuando el gobierno liberal de Isabel II decidió crear una fuerza nacional, disciplinada y permanente para imponer el orden en el medio rural. Así nació, por Real Decreto de 13 de mayo de 1844, el Cuerpo de la Guardia Civil, bajo la dirección del ministro de Gobernación, D. Luis González Bravo, y con la organización del duque de Ahumada, D. Francisco Javier Girón y Ezpeleta. Su primer cuartel general se estableció en el Real Sitio de La Granja de San Ildefonso, donde se redactaron los reglamentos, uniformes y normas de conducta que aún hoy marcan su identidad.

Primeros puestos Guardia civil

Primeros puestos Guardia civil

Primeros puestos Guardia civil

Primeros puestos Guardia civil

A partir de 1845 comenzaron a crearse puestos de la Guardia Civil en toda España. En la provincia de Sevilla los primeros se ubicaron en Sevilla, Utrera, Carmona, Marchena, Écija y Osuna, por ser cabeceras de partido judicial. Poco después se extendieron a otras localidades como Sanlúcar la Mayor, Morón de la Frontera y Estepa, también cabezas de partido y ya desde mediados del siglo XIX se mantuvo una presencia constante en el ámbito rural sevillano, como se refleja en el mapa que se incluye.

Mapa aproximado Primeros puestos Guardia civil

Mapa aproximado Primeros puestos Guardia civil

Mapa aproximado Primeros puestos Guardia civil

Mapa aproximado Primeros puestos Guardia civil

La Guardia Civil se estableció en esta zona de la campiña sevillana porque era una de las más afectadas por el bandolerismo rural y la inseguridad en los caminos reales. Por ello, fue enviada para vigilar los caminos y zonas agrícolas, proteger a los jornaleros y reforzar la autoridad del Estado en lugares donde hasta entonces predominaban los grupos armados y el poder de los caciques.

Tras los sucesos revolucionarios de 1857, la localidad sufrió cierta estigmatización, al ser señalada como un foco de desorden y rebeldía. Consciente de esta situación, el Ayuntamiento de El Arahal remitió una carta a Su Majestad la Reina Isabel II, solicitando mayor apoyo para la seguridad ciudadana y para la elaboración de los amillaramientos, necesarios para la correcta recaudación de las contribuciones territoriales e industriales.

En el caso de El Arahal, su importancia estratégica era evidente: se trataba de un nudo de comunicaciones clave, con 147 caminos y más de 227 kilómetros de vías, lo que la convertía en un punto de paso esencial dentro de la campiña sevillana

Como respuesta a esta demanda, el padrón de 1863 ya recoge la presencia de un cuartel de la Guardia Civil en la calle Corredera nº 33, compuesto por once guardias civiles, ninguno de ellos natural de la localidad. En el edificio residían además sus familias, sumando un total de treinta personas, de ahí el concepto de casa-cuartel.

Los censos de 1864, 1865 y 1867 confirman la continuidad de esta dotación, que incluso llegó a aumentar hasta catorce efectivos. En el censo de 1867 figuran ya los cargos de cada uno de ellos: al frente se encontraba el alférez D. Mariano Capilla León, acompañado por dos cabos y el resto de la tropa, conformando así la primera comandancia de la Guardia Civil de El Arahal documentada en la historia de la localidad.

Durante la Restauración y, ante la mejora de la seguridad en la villa y la reorganización de la policía urbana y rural promovida por el Ayuntamiento, especialmente a partir de 1878, la dotación del puesto de el Arahal se redujo. En el censo de 1889, figuran siete guardias en la comandancia arahalense, residiendo aún en el cuartel de la calle Corredera, ahora con el número 18.

Más tarde, tras un intento de traslado del cuartel a la calle Serrano, el Ayuntamiento acordó con la dirección del cuerpo, ubicar el cuartel en el edificio del ex convento de San Roque, asumiendo los gastos que suponía la adecuación de su adecuación. En este nuevo emplazamiento se estableció también un puesto de caballería, necesario para patrullar los campos y zonas de difícil acceso. El cuartel permaneció allí hasta 1945, año en que se trasladó a la casa-palacio de los Torres, en la calle Felipe Ramírez, cuya caballeriza tenía acceso por la calle Serrano.

Patio del Cuartel de la Guardia Civil y Policía Rural. Archivo fotográfico de Alfonso Pereira

Patio del Cuartel de la Guardia Civil y Policía Rural. Archivo fotográfico de Alfonso Pereira

Patio del Cuartel de la Guardia Civil y Policía Rural. Archivo fotográfico de Alfonso Pereira

Patio del Cuartel de la Guardia Civil y Policía Rural. Archivo fotográfico de Alfonso Pereira

Finalmente, en 1968, mediante Decreto de julio, se autorizó la construcción del actual cuartel de la Guardia Civil, donde continúa desempeñando su labor al servicio de la ciudadanía.

La protección del campo fue, desde mediados del siglo XIX, una de las grandes preocupaciones del Estado. Tanto fue así que en 1849 la reina Isabel II promulgó una Real Orden que dio origen a la Guardia Rural, una institución creada para velar por la seguridad en las zonas agrícolas y ganaderas. Con esta medida, los ayuntamientos fueron animados a organizar sus propios cuerpos de guardas rurales, como una forma de fomentar la agricultura y proteger las propiedades del campo.

En Arahal, los llamados guardias municipales del campo recorrían caminos y terrenos, siempre bajo las órdenes del alcalde. Poco después, el Ayuntamiento también comenzó a contratar guardas urbanos, responsables de mantener el orden dentro del casco urbano y en sus alrededores.

La primera referencia escrita a esta policía rural arahalense aparece en un acta municipal del 14 de agosto de 1859, donde se menciona a varios miembros de la partida rural supervisando la quema de rastrojos en tierras comunales. Aquellos guardias formaban ya parte del personal del municipio, dirigidos por un cabo con experiencia —en muchos casos, antiguos miembros de la Guardia Civil o de la policía urbana—.

Durante la década de 1860, cuando los hacendados tenían gran influencia en la política local, el Ayuntamiento asumía los gastos del cuerpo de guardería rural. Sin embargo, durante el Sexenio Democrático (1868–1874), los sectores populares lograron que estos costes fueran asumidos por los propios propietarios de tierras y colonos, considerándose una medida más justa, pues el servicio beneficiaba principalmente a ellos.

A finales de esa década, los caminos se volvieron más peligrosos, y el número de guardias tuvo que aumentar. En abril de 1870, un suceso conmovió al pueblo: el secuestro de José María Arias de Reina Jiménez, hijo del hacendado don Manuel Arias de Reina Zayas, a manos de dos bandoleros en el camino de Ibamalillo. Uno de ellos, conocido como El Maruxo, mantuvo cautivo al joven hasta su liberación. El episodio, narrado por don Antonio Jiménez Pérez en su obra Notas históricas de Arahal, subrayó la necesidad de reforzar la vigilancia en la zona.

Con la publicación de las ordenanzas municipales de 1878, se establecieron normas claras para los guardas particulares de campo jurados. Estos eran los encargados de presentar denuncias ante el alcalde por infracciones relacionadas con los cultivos, la caza, los caminos o los animales dañinos, velando así por la seguridad del entorno agrícola y ganadero.

Mientras tanto, el cuerpo de la Guardia Urbana —también conocido como guardias municipales— vivió una gran transformación. Las nuevas ordenanzas incluían un capítulo específico llamado Reglamento Interno del Cuerpo Municipal. En aquel entonces, la plantilla la formaban nueve hombres: un cabo, dos guardias de primera clase y seis de segunda. No era un número fijo, pues dependía de los presupuestos del Ayuntamiento.

La guardia urbana se dividía en dos secciones: una de día y otra de noche. El cabo siempre estaba de servicio, coordinando al resto. Los guardias eran nombrados por el alcalde a propuesta de la comisión de policía urbana. Los de la sección nocturna portaban un farol, mientras que los diurnos llevaban un chuzo, símbolo de autoridad.

Para ingresar en el cuerpo, los aspirantes debían tener entre 20 y 45 años, ser de complexión robusta, tener buena conducta, no haber sido condenados y saber leer y escribir. Se valoraba especialmente a quienes hubieran servido en la Guardia Civil o en el ejército.

La villa estaba dividida en tres distritos, y cada uno contaba con su propio guardia municipal, responsable de la seguridad del barrio junto al alcalde de distrito y el teniente de alcalde. Además de mantener el orden, los guardias se encargaban de vigilar el alumbrado público: debían asegurarse de que las farolas estuvieran limpias y encendidas hasta la hora de apagarlas. En muchos aspectos, actuaban como los serenos de la época, una figura entrañable y cercana a los vecinos.

Durante la noche, su jornada comenzaba a las diez en invierno y a las nueve el resto del año. Recorriendo las calles, anunciaban la hora y el estado del tiempo. No podían descansar, salvo en las esquinas, y tenían la obligación de retirar de las calles a los vagabundos, trasladándolos a la cárcel para que pasaran allí la noche. Ningún transeúnte debía dormir al raso.

El reglamento también establecía sanciones para quienes incumplieran sus deberes: desde deducciones en el salario hasta la expulsión definitiva del cuerpo.

Con disciplina, compromiso y cercanía, aquellos primeros guardias rurales y urbanos sentaron las bases de la seguridad local en Arahal, una labor que con el tiempo se consolidó como parte esencial de la vida del municipio.

La historia de la Guardia Civil, la Guardia Rural y la Guardia Municipal de Arahal no es solo la de unas instituciones, sino la de una comunidad que aprendió a organizarse para proteger lo suyo. Cada farol encendido, cada ronda nocturna y cada denuncia presentada forman parte del mismo hilo que une el pasado con el presente: el compromiso con la seguridad, la justicia y el bienestar de todos los arahalenses.

Aquellos primeros guardas fueron los precursores de la seguridad local, y su ejemplo sigue recordándonos que la vigilancia más efectiva es la que nace del sentido de pertenencia y del cuidado mutuo entre vecinos.

Sonia Camacho

Sonia Camacho

Sonia Camacho es directora de Bética de Comunicación y fundadora de Estudio 530. Comunicadora andaluza...

 

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