El flamenco: quince años de un latido que sigue vivo

En estos días celebramos que el flamenco cumple quince años como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, y aquí, en Córdoba, ese aniversario no es un simple dato cultural: es casi un latido que se reconoce en cuanto uno pisa la calle. El flamenco forma parte de nuestra manera de estar en el mundo, de cómo hablamos, de cómo miramos la luz de la tarde o de cómo la nostalgia se nos instala en la voz cuando recordamos algo que nos importa.

Mientras otros celebran con actos oficiales, nosotros lo celebramos casi sin darnos cuenta. Lo hacemos cuando un niño taconea sin saber por qué, cuando una abuela tararea por soleá mientras cocina, cuando alguien rasguea una guitarra en la puerta de un bar y el aire, de repente, se vuelve más nuestro. Porque el flamenco no está solo en los escenarios: está en los gestos cotidianos, en esa mezcla de dolor y alegría que compartimos sin necesidad de palabras.

Quince años de reconocimiento parecen muchos, pero en realidad son pocos si pensamos en la historia profunda que sostiene este arte. Esa distinción de la UNESCO, más que un premio, es un recordatorio: el flamenco es memoria, es resistencia y también es una identidad compartida que necesita cuidado.

Y, sin embargo, también es fragilidad. Si no apoyamos las peñas, las escuelas, las pequeñas salas donde se aprende y se vive, corremos el riesgo de que lo que hoy celebramos termine por desvanecerse. Por eso este aniversario importa: nos invita a mirar hacia atrás con orgullo y hacia adelante con responsabilidad, a preguntarnos qué hacemos cada uno de nosotros para mantener vivo este legado.

Ojalá que dentro de otros quince años podamos seguir diciendo que este arte tan nuestro sigue siendo patrimonio, pero sobre todo, sigue siendo verdad.