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Opinión

Pasa la vida en diciembre

El subdirector de Diario de Sevilla, Carlos Navarro Antolín, reflexiona sobre los valores del último mes del año

Carlos Navarro Antolín: Pasa la vida en diciembre

Pasaron el mes de los difuntos, el derbi y las elecciones en la Macarena como pasa la vida en la letra de Romero San Juan. La ciudad repite las polémicas, pues nada es lo mismo, todo al fin es un volver a vivir

El pulso del gobierno con los sindicatos de la Policía Local, las campañas electorales de las cofradías que cada vez se parecen más a las de los partidos, el uso de la vía pública con las aglomeraciones, la estética de las luces de Navidad, las colas de administraciones de lotería y de turistas en los bares que nos dificultan el paso, la ausencia de taxis a mediodía y en las noches de los fines de semana...

Pasa la vida cuando la proximidad del inicio del invierno marca precisamente el fin del año. El invierno siempre anuncia finales. Es como la noche, que empeora a los enfermos. Hay que sobrepasar el invierno, hay que alcanzar la amanecida para seguir en el bucle de la ciudad. Diciembre es momento para el balance y la reflexión, pero también para esos excesos que antes siempre llamábamos simplemente caprichos, esos asideros de la existencia, esos alivios en la vida cotidiana, esos pequeños oasis en la travesía de los días.

Un dulce de convento, un oloroso contra el frío, unos décimos para mantener la ilusión. O algunos antojos más sanos y económicos: el repique del campanario de la Giralda el día 8, la belleza de los azules de Murillo en tantas Inmaculadas que se nos ofrecerán al culto, el rostro de los niños al redactar la carta por antonomasia, en la que se enumera la petición de regalos.

Cuando pasa la vida, cuando se encadenan victorias sobre el invierno, la carta se reduce a una sola palabra: Salud. Salud para sobrellevar ese ruido que es aliado de la vida y aprovechar los momentos de paz en la ciudad que nos une. Y este año, diciembre será el retorno de la Esperanza. Esperemos que sea en paz, sin estruendos, sin voces altas Con la sola melodía de las oraciones bisbiseadas y la emoción de las miradas.