Vagón de silencio
El Paso Cambiado de Julián Granado

Morón de la Frontera
En aquella memorable película llamada “Mujeres enamoradas” (o “Women in love”, dicho con anglopedantería) afirmaba Glenda Jackson: “Daría la mitad de la vida que me queda por quince minutos de inteligente conversación”. Y se lo decía a un enano acondroplásico, quizás por darle la razón metafórica a los estoicos, cuando sostenían que ciertos esclavos pueden tener más estatura moral que muchos patricios.
Al contrario que la inteligencia artificial, la verbal, que emplea esa boca por la que muere el pez, es una facultad hoy por hoy en franca retirada, qué duda cabe. Personalmente, no me dan ganas ya de acudir a lugares públicos en los que se concentra el bocachanclismo, sin tasa, sin límites y sin vallado. Llegado que es uno a cierta edad, y en vista de la desertización intelectual y la conjura de necios que se ha adueñado de la convivencia, mejor prefiero retirarme al silencio que dejarme torturar por el zumbido de la idiotez. Ni más ni menos que como haría Séneca, del que soy muy partidario.
Y estoy convencido de que el recto cordobés, que prefirió abrirse las venas antes que soportar no ya la tiranía, sino la estupidez de Nerón, habría obrado igual en mi caso. Y puestos a elegir, en la tesitura de tomar el AVE, para someterse a esa experiencia de teletransportación entre Córdoba y Madrid a 300 por hora… Verdadero milagro de la técnica que haría pensar en una clase de ciberviajeros evolucionados, futuristas, estimulantes…, e inteligentes conversadores, en suma... En esa tesitura, digo, pero de haberse sometido ya antes en ese trayecto a la ensordecedora cicuta del parloteo inane y las inanes conversaciones de móvil, mi maestro Séneca no lo habría dudado. Y ante la ventanilla de billetes (que nosotros preferimos a internet), aquel estoico, hecho como yo a las penalidades, habría exigido sin dudarlo: “Vagón de silencio, por favor. O me quedo en tierra”.




