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Del pasado duro a la esperanza: el siglo XVIII que cambió Arahal

La historia de una villa que dejó atrás las crisis y comenzó a prosperar

Calle Duque. Archivo Fotográfico de A. Pereira

Calle Duque. Archivo Fotográfico de A. Pereira

Arahal

Rafael Martín Martín, cronista oficial de la Ciudad - Comentario nº 93

Durante la segunda mitad del siglo XVIII, la Ilustración parecía un movimiento lejano, propio de cortes, academias y grandes ciudades. Sin embargo, sus ideas también terminaron influyendo en la vida diaria de pueblos como Arahal. No llegaron de golpe ni como teorías filosóficas, sino a través de cambios prácticos impulsados por la monarquía borbónica y por las nuevas preocupaciones de las autoridades locales.

Rafael Martín,  comentario 93 -  Arahal en el siglo XVIII

Rafael Martín, comentario 93 - Arahal en el siglo XVIII

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En primer lugar, se aprecia un interés creciente por organizar mejor la vida municipal. El afán ilustrado por controlar y conocer la realidad llevó a la elaboración de padrones más precisos, a una mayor regulación administrativa y a que el Ayuntamiento prestara más atención al orden urbano y al funcionamiento de los servicios públicos.

También se dejaron sentir los aires reformistas en la economía agraria, base fundamental de Arahal. Las políticas ilustradas animaban a mejorar la productividad y la gestión de las tierras. Aunque estas innovaciones no siempre transformaron de inmediato las prácticas locales, sí introdujeron una nueva mentalidad: la idea de que la agricultura debía ser más eficiente y que el trabajo bien hecho beneficiaba al conjunto de la comunidad.

Otro ámbito donde la Ilustración se hizo visible fue la educación y la preocupación por el bienestar social. Las autoridades empezaron a valorar la importancia de la instrucción básica y de la alfabetización, y se tomaron medidas para mejorar la higiene, regular los espacios comunes o prevenir enfermedades, siguiendo el principio ilustrado de que una población sana y formada era esencial para el progreso.

En conjunto, la influencia de la Ilustración en Arahal no supuso una ruptura con la tradición, pero sí introdujo nuevas formas de pensar y de gestionar la vida local. A través de pequeñas reformas, de mejoras prácticas y de una atención creciente a la educación, la economía y la salubridad, la villa fue incorporando, poco a poco, un espíritu más racional y reformista que marcó su evolución en el final del siglo XVIII.

La segunda mitad del siglo XVIII fue, para Arahal, una etapa de recuperación y de reformas en muchos aspectos de la vida cotidiana, como ya se ha mencionado. Dos factores —siempre decisivos para entender la realidad de la villa debido a su fuerte dependencia económica— contribuyeron especialmente a esta mejoría: la climatología y la ausencia de epidemias.

En cuanto al clima, solo se registró una sequía verdaderamente significativa entre 1791 y 1793, sin llegar a provocar daños irreparables. Respecto a la salud pública, el panorama fue igualmente favorable: durante este período no se produjo ninguna epidemia grave, y la última peste documentada, la de 1720, tampoco dejó consecuencias devastadoras en la población, aunque los brotes de viruela en momentos oportunos producía, en especial, a los menores, un elevado índice de mortalidad.

Gracias a esta estabilidad climática y sanitaria, la villa de Arahal pudo experimentar una recuperación notable, especialmente si la comparamos con el difícil siglo XVII, marcado por crisis y fuertes penurias. La segunda mitad del XVIII se convirtió así en un tiempo de alivio, crecimiento y consolidación para la comunidad arahalense. Las reformas ilustradas del siglo XVIII necesitaban conocer bien la realidad social y económica del país. Por eso esta época dio tanta importancia a los censos. El primero fue el de Campoflorido en 1712 y, después, llegaron otros mucho más completos: el Catastro de Ensenada —considerado el primer gran censo oficial—, el censo de Aranda o el de Floridablanca. Para El Arahal, además, contamos con las Noticias Históricas de Patricio Gutiérrez Bravo, publicadas en 1787, y con diversos expedientes de hidalguía y documentos del Archivo Histórico Nacional. Con todas estas fuentes podemos reconstruir cómo era la villa en aquel tiempo.

Noticias Históricas del Arahal. Patricio Gutiérrez Bravo

Noticias Históricas del Arahal. Patricio Gutiérrez Bravo

Noticias Históricas del Arahal. Patricio Gutiérrez Bravo

Noticias Históricas del Arahal. Patricio Gutiérrez Bravo

El Arahal en el siglo XVIII: una sociedad que crece y se transforma

El siglo XVIII fue para El Arahal una etapa de crecimiento económico que también se reflejó en su población. Según los censos de la época, la villa pasó de unos 1.000–1.100 vecinos (alrededor de 5.000 habitantes) a finales del XVII, a casi 1.600 vecinos (unos 7.000 habitantes) a finales del XVIII. Aunque los recuentos no eran aún del todo precisos, todos coinciden en señalar un aumento significativo.

La población era mayoritariamente joven. Había muchos niños entre 0 y 7 años, en torno a un 15% de la polbación, aunque con una alta mortalidad infantil, acentuada por los brotes de viruela. El grupo más estable era el de adultos entre 25 y 40 años. Solo un 12% superaba los 40, a pesar de que en este siglo no se registraron grandes epidemias. Las duras condiciones de vida, como veremos, explican buena parte de esta corta esperanza de vida.

Una villa que empieza a ordenarse

Durante el siglo XVII y principios del XVIII, el aspecto urbano de El Arahal comenzó a mejorar. Se trazaron nuevas calles —Mineta, Huerta, Pacho, San Roque, Cruz, San Pedro o Miraflores, entre otras— y se reformó la antigua Plaza Nueva, rebautizada como Plaza de la Corredera, donde se instaló el nuevo Ayuntamiento. Para entonces, la villa tenía ya unas 1.200 casas repartidas en 45 calles, conservando en gran medida el trazado heredado del siglo XVI.

Calle Duque. Archivo Fotográfico de A. Pereira

Calle Duque. Archivo Fotográfico de A. Pereira

Calle Duque. Archivo Fotográfico de A. Pereira

Calle Duque. Archivo Fotográfico de A. Pereira

Las viviendas en algunas calles solían ser amplias: algunas de hasta 250 y 300 m², con fachadas de 8 a 9 metros y fondos que podían alcanzar los 27, fundamentalmente en aquellas calles contiguas como Membrilla y Asencio Martín, Corredera y Nueva, Pozo Dulce e Iglesias etc. No todas eran propiedad de quienes las habitaban: muchas estaban alquiladas por cantidades que iban desde 33 hasta más de 100 reales al año. Otras, sujetas a censos, pertenecían a instituciones religiosas, como capellanías, conventos o el hospital de la Santa Caridad y Misericordia.

El señorío y los estamentos privilegiados

El Arahal se ubicaba en un enclave privilegiado de la Campiña sevillana, con más de 20.000 fanegas de término municipal, distante del término que tenían otras villas de la comarca, como Carmona, Osuna, Morón o Marchena. Su señorío pertenecía a la Casa de Osuna, que controlaba alrededor del 85% de las tierras. La presencia directa de los duques era mínima: la gestión recaía en un administrador y un corregidor, responsables del gobierno diario de la villa.

Esos caballeros de cuantía de los que hablamos en uno de los comentarios anteriores, al tratar el tema del primer callejero municipal de 1570, fueron adquiriendo muchos de ellos el título de hidalguía durante el siglo XVII, logrando ascender socialmente mediante la compra de oficios o su vinculación a linajes nobiliarios, formando parte del grupo privilegiado. A comienzos del siglo XVIII su número ya era notable. En 1706 se registraron 62 nobles y en 1709 un padrón detalló 50 nobles distribuidos en las principales calles del casco urbano.

Junto a la nobleza, el clero constituía una fuerza social decisiva. El Arahal era una sociedad especialmente clericalizada, con una presencia religiosa que superaba lo habitual incluso en la Andalucía rural de la época. Según los datos del cotejo del Catastro de Ensenada (1762), convivían en la villa 42 presbíteros, 35 clérigos menores, 18 frailes mínimos, 24 franciscanos descalzos, 30 monjas dominicas y 10 hermanos obregones del hospital. En una población de 1.200–1.600 vecinos, esta presencia religiosa condicionaba la vida espiritual, económica y cultural.

En conjunto, nobleza y clero constituían solo el 3,5% de la población, pero concentraban el poder.

Los grandes arrendadores: la futura burguesía

Por debajo de los estamentos privilegiados se situaban los grandes arrendadores, un grupo clave en la economía local. Arrendaban grandes extensiones de tierras del duque —unos quince controlaban hasta el 60% de ellas— y actuaban como una especie de "latifundistas temporales": cultivaban directamente las mejores tierras con mano de obra jornalera y subarrendaban el resto.

Este grupo desempeñó un papel esencial en la transición al mundo contemporáneo y fueron el germen de la alta burguesía arahalense, promotora después de importantes construcciones civiles.

Pequeños propietarios, arrendatarios y trabajadores del servicio

El siguiente estrato lo formaban los pequeños propietarios o labradores, unos 45 según el censo de Floridablanca, junto con los arrendatarios que subarrendaban parcelas a los grandes arrendadores. Estos últimos vivían en una situación frágil, con endeudamiento constante y, en ocasiones, obligados a trabajar como jornaleros.

A este nivel pertenecían también los profesionales del sector servicios: fieles de Hacienda, escribanos, maestros, abogados, médicos, cirujanos, boticarios y comerciantes como tenderos, horneros, carreteros, arrieros, taberneros o caleros. En conjunto, este sector representaba alrededor del 5% de la población.

Jornaleros y pobres: la base de la pirámide

En la parte más numerosa, y también la más vulnerable, estaban los jornaleros, que representaban cerca del 80% de los habitantes. Su trabajo dependía totalmente del calendario agrícola: siembra, siega, poda, vendimia o recolección de la aceituna. En los meses de mayor actividad llegaban incluso trabajadores de otras localidades, pero el resto del año el desempleo era casi total.

Los salarios eran bajos —unos tres reales y medio al día— y las jornadas superaban las diez horas. Muchas familias vivían hacinadas en pequeñas casas de los arrabales.

Por debajo de ellos se encontraban los pobres de solemnidad, aproximadamente el 2% de la población: personas sin acceso al trabajo, viudas, ancianos o enfermos crónicos que dependían de la caridad eclesiástica y las ayudas municipales.

Así era el Arahal del siglo XVIII:un pueblo que se abría, poco a poco, a las ideas de la Ilustración…que recuperaba el pulso tras las dificultades del siglo anterior…y que comenzaba a construir una nueva forma de entender la vida colectiva.

Un Arahal joven, trabajador, desigual…pero también lleno de energía y esperanza.

Un Arahal que empezaba, sin saberlo, el camino hacia la modernidad.

Completaremos estos aspectos generales del siglo XVIII en Arahal en próximos comentarios.

Sonia Camacho

Sonia Camacho

Sonia Camacho es directora de Bética de Comunicación y fundadora de Estudio 530. Comunicadora andaluza...

 

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