La botica de guardia de su rostro iluminado

Aceptamos la muerte de un ser querido, de un vecino, de un profesor que nos dio clases. Digerimos el cierre de nuestros comercios de toda la vida por jubilación de los dueños, por falta de relevo generacional o por la llegada de una multinacional que paga un alquiler más caro. Soportamos las obras en nuestras calles, la invasión de nuestros espacios por el turismo masivo, las manifestaciones que cortan el tráfico, la falta de Policía Local y hasta una lista de espera en la sanidad pública. Pero muchos han llevado mal, rematadamente mal, el cambio sustancial en ese rostro que es la mejor versión de la ciudad.

En el fondo no queremos que nunca cambien los pilares que sostienen la catedral de nuestra vida cotidiana: los familiares, nuestro barrio con sus bares y comercios, la cara donde depositamos las plegarias o simplemente miramos de forma contemplativa. Eso, que no nos lo cambien porque es como si nos quitaran días de vida.

Mucha gente ayer fue feliz al recuperar el lugar al que acudir en días de temporal. Y seguro que hay muchos que no acuden nunca a esa basílica, pero les basta con saber que Ella está con su rostro iluminado como la cruz verde de una botica de guardia. Bien está lo que bien acaba.

La ciudad de los presentes (y ausentes) continúa sus días de luces, bullas sin rumbo, colas absurdas y cafeterías atestadas. Retornó la Macarena, ya no están ni los que faltan. Porque en su cara siguen clavadas las miradas de decenas de generaciones de sevillanos. Ellos la hicieron grande con la autenticidad de sus devociones.