Navidad bipolar
El Paso Cambiado de Julián Granado

Morón de la Frontera
El otro día, y lejos de este pueblo (para que nadie de aquí se sienta aludido), asistí en la capital a una comida de confraternización navideña, organizada por cierta asociación, pongamos que de coleccionistas de sellos o de Administradores de Fincas. Por poner, me pusieron junto a un hombre que no conocía de nada. Y por pegar la hebra en la mesa, empezamos a hablar de lo mal que están las cosas. Y a mí, que me gusta de entrada dar la nota más aguda, se me ocurrió que no podían ir peor, con el país más poderoso de la tierra gobernado por un payaso reinstaurador del puro fascismo, que perseguía a la gente por sus ideas. El hombre se removió en el asiento, como pisado en el callo. Y repuso que tampoco aquí iban las cosas mejor, con ese sinvergüenza con nariz de Pinocho atrincherado en la Moncloa. Al oír lo cual, yo también me removí en la silla, como si tuviera lombrices. Eso, antes de manifestar que, a mi juicio, la llave la tenía una inmadura juventud de 20 años, que confesaba abiertamente votar… ¡a Vox! Nuevamente se removió el hombre en el asiento, como descubierto en el secreto de su voto. Y entonces se declaró apolítico, pero que si a defender derechos de la mujer íbamos, también eran defendibles los de los hombres. Y que de recuperar la memoria histórica, pues sí, pero de los dos bandos. Ante lo cual, me pregunté para mí qué insólito falangista, cura o señorito quedaría por ahí enterrado en cualquier cuneta, sin que el franquismo le hubiera puesto lápida y rendido honras fúnebres. Sin duda ese pensamiento me haría remover en la silla, pues mi interlocutor, muy educadamente, se dedicó a ponderar lo bueno que estaba el arroz. Yo asentí, pero cuando dimos cuenta del arroz y del tema de conversación arrocero, decidí preguntarle, sin ánimo de ofender, por el derby del otro día. “Este año bajamos a segunda”, gimió desalentado. Y seguramente no le pasó desapercibida mi muda expresión de recochineo verdolaga. Acto seguido, nos pusimos en pie para el brindis navideño. Y entrechocamos nuestras copas de champán, a pique de romperlas, por hacerlo con más fuerza de la que se estila entre amigos. ¡Dios Mío!, estaría pensando él. ¡Joder!, pensaba yo. “Esto debe de ser lo que llaman la polarización”.




