Entre la cuna y la cruz
La opinión de Andrés Recio
23.12.25 Andrés Recio
Morón de la Frontera
“Dentro de unos días volveré a nacer. El destino -o la providencia, envuelta con los ropajes de Dios Padre, que viene a ser lo mismo- quiso que tuviera yo más vidas que un gato andaluz rural. Dos mil veinticuatro nacimientos. Eternizarse en el imaginario popular es la manera más efectiva de permanecer, ya lo dice la canción: “tan solo muere aquello que se olvida”. El caso es que volveré a nacer entre heno, acompañado por un pequeño corrillo de individuos y entes (terrenales y celestiales), por un asno, por un buey, por un cordero, por un pavo... Como cualquier idealista ingenuo y obstinado lanzaré, años más tarde, la simiente de mi cosecha muy lejos, sobre tierra agreste y desangelada, como el abnegado agricultor de secano: siempre mirando al cielo, siempre esperando aguas benditas, siempre intuyendo una fresca brisa de esperanza.
Es cierto, nací como una premonición, como un destino o un deseo, entre pajotes, mugidos, rebuznos, balidos, algún cacareo. Y nazco (una y otra vez) siendo ya un romántico predispuesto (el primer comunista me llamarán algunos -de esto me enteré tras un nacimiento de hace décadas- sin que mi intención fuese en ningún momento el que esa etiqueta sirviera de precedente ni guía para posteriores apóstoles de esta tendencia). Pero, al fin y al cabo, me lancé (como hacen ciertos jóvenes ceñidos por un entusiasmo insuperable) al fragor de las aguas, me arrojé en ese lugar donde las olas golpean con inusitada violencia, donde la espuma es microscópicamente desmenuzada contra las rocas más punzantes y vapuleada por los huracanes más furibundos.
Luego supe que Nietzsche, aquel vehemente filósofo que tanto me injurió siendo yo mayor, adoptó mi último nombre firmando su postrera carta como "El Crucificado", en una calle de Turín, cuando definitivamente perdió la razón a las cuatro de la mañana. A veces, la lucidez última que encierran ciertos mensajes solo se acaricia desde el abismo de la locura, desde el íntimo vórtice de la demencia. Pero no le faltaba razón a aquel bigotudo filósofo alemán. No escribo desde el cielo, ni tampoco desde el limbo. Escribo entre una cuna y una cruz elaboradas con madera del árbol del “eterno retorno”, desde un espacio marginal, lírico, humano, mitológico, entre Belén y Judea, entre el heno y los clavos, entre el crimen y la celebración”