Luces de diciembre

Córdoba

Diciembre llega siempre igual. Puntual, insistente, lleno de luces que parpadean como si quisieran convencernos de algo. Las calles se visten de fiesta, los negocios se llenan de ofertas y las agendas se saturan de compromisos que llamamos encuentros, aunque muchas veces sean apenas cruces apurados.

No soy especialmente navideño. Y tal vez por eso diciembre me resulta un mes curioso. Un mes donde pareciera que, de repente, todos recordamos que hay que ser buenos. Que hay que saludar, perdonar, ayudar, abrazar. Como si la empatía tuviera fecha de vencimiento y solo se activara con el calendario.

Hay gestos nobles, claro que los hay. Donaciones, mesas compartidas, palabras amables. Pero también hay mucho ruido. Mucho consumo disfrazado de amor, muchas luces colgadas afuera y muy pocas encendidas en nuestros corazones. Regalos que intentan tapar ausencias, brindis que esconden silencios, sonrisas que duran lo que dura la noche del 24.

Quizás el problema no sea la Navidad, sino lo que hacemos con ella. Tal vez no necesitemos un arbolito para acordarnos del otro, ni una cena especial para decir lo que sentimos. Tal vez la verdadera revolución sería llevar un poco de este “espíritu navideño” a marzo, a julio, a un martes cualquiera.

Porque el mundo no necesita más luces LED ni más bolsas de compras. Necesita gestos simples y constantes. Miradas honestas. Escucha. Tiempo. Corazones encendidos todo el año, no solo cuando diciembre nos mira de frente y nos pide, una vez más, que seamos un poco mejores… aunque sea por unos días.

Y ojalá este diciembre no sea solo una meta, sino un recordatorio. Que no haga falta una fecha marcada en rojo para ser humanos, ni villancicos para aflojar el ego. Ojalá aprendamos a bajar las luces externas y subir la intensidad de lo esencial. Porque cuando pase la Navidad, lo que queda —o no— somos nosotros.

Juan Serrano Muñoz